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Mostrando las entradas de enero, 2025

La Arabia alias La Máquina.

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       De niño, dos o tres veces al año y lleno de alegría, me sacaban de los oscuros y limitados “bajos”, unos pisos semienterrados en la primera planta del edificio donde vivía me llevaban a La Arabia y allí se me ensanchaba el alma. Era una importante hacienda cafetera en Manizales, que había sido propiedad de mi abuelo Justiniano Londoño y que entonces la disfrutábamos sus herederos, gracias al cuidado del tío León, quien supo desarrollarla. Me daba la bienvenida una magnífica casa tradicional antioqueña, de amplios corredores, con cuartos enormes, rodeada de altas palmeras y un gigantesco y viejísimo árbol de mango en su patio interno. Creía llegar al cielo y la recorría hasta el cansancio queriendo hacer muy míos sus rincones, sus ventanas y los calados que adornaban sus puertas. Muchas veces, en el pico de las cosechas, sus corredores se llenaban del grano para terminar su proceso de secado y podíamos navegar en un mar de café. Algo alucinante. Ya adolesce...

CON TARUGO Y CARRAMPLÓN

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                                                         En La Arabia, la finca de mis abuelos, no se permitían perros. Pero La Arabia no era infinita y en una de las pequeñas fincas cafeteras colindantes me recibían con cariño, me dejaban acariciar y pasear a sus dos grandes perros amarillos, de curiosos nombres: Tarugo y Carramplón. Para comenzar, esta perruna relación tenía el encanto de contradecir una norma. Yo era niño y pensaba que teníamos demasiadas en La Arabia: rosario diario obligatorio, apagada de la luz a las nueve de la noche, aguantarnos la música de los tíos por absoluta necesidad técnica, no montar en el caballo del tío que la administraba, respetar su sagrada siesta, no tocarle su termo de tinto y menos atre...