CERCA DEL MAR DE LOS LAMENTOS
Arco del Morro. Tumaco.
Jorge Hernán Londoño Pinzón, un hombre de empresa, vivió por varios años en el Perú y se contagió del ambiente pesquero. Se enteró de Inpescol, una naciente compañía pesquera del Pacífico colombiano con dificultades financieras. Llegó a un acuerdo y tomó el control de la compañía. Tenía plantas pesqueras de camarón en Tumaco y Guapi, además, la primera planta de producción de harina de pescado del país en Bazán (Nariño). Un gran tejido empresarial que llegó a tener más de 450 empleados.
Todos los directivos de Inpescol éramos del interior. Llegamos a tener cientos de empleados costeños y tuvimos que adaptarnos a su particular visión mágico-religiosa, a su medio. En el Pacífico no se pesca en jueves ni en viernes santo. La música es un medio de comunicación muy importante y ante la muerte de un hijo pequeño se unen para vivir con ella, el duro momento. Llenos de alcohol cantan los bellos “alabaos” fúnebres, un punto de contacto entre los muertos que se van y los vivos que se quedan, y le presentan a Dios a su pequeño. Días después, al reintegrarse a sus labores, han logrado transformar su dolor por la alegría de tener un angelito en el cielo. Se acepta con naturalidad, como una calamidad doméstica.
En el muelle de "El Piñal," en Buenaventura, teníamos una bodega donde se cargaban insumos para las plantas pesqueras de Bazán, Guapi y Tumaco y se descargaban los productos que estas plantas procesaban. Inmediatamente comenzamos a operar, se llenó de ratas que atacaban inmisericordemente la harina de pescado, consumiéndola y dejando el producto restante contaminado. Eliminarlas de allí parecía un imposible técnico. Surgió la respuesta criolla y nos conseguimos una serpiente cazadora que las controlaba. Se domesticó al máximo, se dejaba consentir del administrador, Margarita se transformó en nuestra mascota institucional.
Uno de los coteros que teníamos en la bodega se apodaba Tumaco. Era un afrodescendiente inmenso, cercano a los 80 años, pero que trabajaba duro y cargaba bultos como si fuera un mozo de 20. Subía del fondo del barco de carga con dos bultos de harina de pescado al hombro. Parecía un palmípedo porque tenía polidactilismo ,seis dedos en cada pie, eran anchísimos y el callo funcionaba como la suela de un zapato. Un titán. Recuerdo que nos contó que a su edad, todavía embarazaba. Era normal verlo tomar tinto, al que en vez de azúcar le echaba un polvo producto del raspado de pene de tortugo. El mejor afrodisiaco según él.
La planta pesquera que quedaba en Tumaco siempre generó dificultades operativas. Por un lado, estaban los competidores que, sin tener la infraestructura nuestra, trabajaban en pequeñas plantas donde procesaban camarón, en buena parte robado de nuestros barcos con la complicidad de los marineros.
Llegó a la planta un nuevo asesor de Jorge Hernán y se sorprendió de las numerosas armas de fuego que eran necesarias para proteger a la planta de la nube de ladrones. Estábamos al lado de un cinturón de miseria y los intentos de robo eran frecuentes. Una pesadilla. El recién llegado le preguntó con sorna al administrador que si era aficionado al tiro al blanco. Inmediatamente respondió: no al tiro al blanco, al otro.
En Guapi, población del departamento del Cauca a orillas del río del mismo nombre, operaban los” Mosquitos”, barcos pequeños que solo faenaban por el día buscando principalmente camarón tití. La oficina y el alojamiento estaban junto al río en una ubicación especial. El cementerio del pueblo lindaba con la planta y, al frente teníamos al hospital. Un lúgubre entorno. En los cuartos de hospedaje, si uno se asomaba por una ventana, el panorama eran solo tumbas y si afinaba el oído se oían los quejidos de los enfermos. Por la tremenda humedad muchos cadáveres recientes, con precario entierro, producían al descomponerse fuegos fatuos y eran el terror de los recién llegados.
Cerca de Guapi y ya en el departamento de Nariño, en Punta Bazán, teníamos otra planta dedicada a la pesca de sardinas para producir harina y aceite de pescado. Larry Houstad, el gringo fundador, había comprado en el Perú una planta pequeña, con muchos años de servicio, y la había trasplantado a Colombia, incluyendo a los mecánicos para armarla. Luego importamos los barcos y hasta a un buen gerente peruano.
Me gustaba visitarla, la pesca de sardinas es algo muy activo, con visos de cacería. Pero cuando intempestivamente tuve que permanecer por dos o tres semanas en la planta, por un cambio urgente de administrador, comencé a sentirme como un preso en Gorgona. Limitado, sin ningún libro a mi alcance, pude experimentar cambios en mi temperamento. A veces daba respuestas agresivas, caminaba y caminaba en la playa como un oso enjaulado. Miraba a las corpulentas afros del vecindario y les encontraba cierto atractivo. Por fin llegó el nuevo administrador y pude salir de mi encierro.
Al amanecer del 12 de diciembre de 1979 un tremendo terremoto, escala 7.9, con epicentro en el mar frente a Tumaco, unido a un devastador tsunami, arrasó con todo en la zona. No fue gran noticia nacional porque ocurrió en nuestro olvidado Pacífico sur, casi despoblado, con habitantes negros, en gran parte ubicados en pequeños caseríos a la orilla de sus ríos y nunca censados. El tsunami subió, asesino, por sus cauces. Muchos de sus muertos ancestrales fueron enterrados dos veces porque sus tumbas fueron cubiertas por aludes de tierra arrastrados por las olas. Arrasó con el casco urbano del municipio de El Charco. Me sorprendí al día siguiente, contemplando la torre de su iglesia sin un ladrillo, con un crucifijo bocabajo al final de los hierros retorcidos de la estructura. El tsunami fue un tirabuzón fatal.
Inpescol no sobrevivió a su impacto. Dos de sus plantas fueron gravemente afectadas y la pesca interrumpida, quedamos como la torre de la iglesia de El Charco.
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