CAMINANDO SOBRE LETRAS

 



Estaba muy niño aprendiendo a leer, devoraba cuantas letras se me aparecían, y al pasar por el Parque Caldas leí con dificultad un aviso, “Caja de ahorros de Cir-obreros”. Me extrañó y le pregunte a mi tío Arturo Jaramillo que era eso de “cir-obreros”. Círculo de obreros, me aclaró. ¿Y dónde le dejaron el culo? pregunte en automático.

        Aprender a leer es muy difícil. La palabra es un símbolo, no es lo que describe, pero lo convierte en realidad. Es algo mágico. Yo quería practicar a toda hora y me ganaba regaños por mover, para poderlos leer, los gruesos afiches de la Lotería de Manizales que mis tías ponían como caminos en el suelo de la casa cuando enceraban el piso. Alguna vez, en un almacén, me dijo mi mamá en tono sorprendido, ¿qué es lo que le mira?, cuando yo trataba de leer un llamativo aviso en las nalgas de una señora. En esa época algunas telas literalmente copiaban las páginas de los periódicos y así podíamos leer sobre muy especiales soportes. De milagro no me agachaba en la calle a leer los periódicos con los que se cobijaban los “chinches” manizaleños, niños de la calle que no sabían leer y se cobijaban con letras.

El famoso texto “Alegría de Leer”, la cartilla oficial de lectura de la época, para mí bien merecía ese título, leer era una fiesta. Creo que gasté sus hojas de tanto pasarlas. Luego llegué a las vidas de santos de la exigua biblioteca de mi abuela, a las excelentes “Vidas Paralelas” de héroes, próceres y mártires, a los libros infantiles argentinos, y a leer La Patria y emocionarme con la prosa de los grecocaldenses en el diario. Mis primeros escritos, por la influencia de los discursos políticos, terminaban con un rimbombante ¡he dicho!

Pasé a bachillerato, me dieron un simple pasón de inglés, francés, y latín. Leer en ellos era mucho más complejo. Se me quedó grabado lo único que aprendí en latín: ego puto (yo pienso) y feliz lo repetía.

Mi librería favorita era la Atalaya y la más cercana era Mi Libro, la cual tenía el veto, en la conservadora ciudad, de ser de izquierda. Un vecino culto, con excelente biblioteca, me dejaba visitarla. La gran sorpresa fue un libro llamado “El arte de simular la virginidad”. Aún sigo escandalizado y hace tiempo deje de serlo.

 Mis lecturas eran en préstamo de mis tíos. Fernando Londoño Londoño me enseñó a disfrutar a Ortega y Gasset y me dio una preciosa guía: Luis, usted no puede tratar de leer todo lo publicado, es imposible y sólo lograría una gran confusión y no saber realmente de nada. Es necesario formarse un plan de lectura y respetarlo. Escoger bien los temas y perseguirlos. He tratado de seguir ese consejo. No estar atado al libro o al autor de moda. Tener mi propio camino.

Releo con gusto y además porque olvido mucho de lo leído. Busco enriquecer mi memoria ya que la memoria es la ampliación del presente. Además, leo buscando formación espiritual para prepararme a la muerte. Aquí la religión es un buen soporte. 

Desde niño me he aproximado a la lectura como si fuese la vida misma y hace pocos años me atrevo a escribir, sabiendo, como Goethe, que escribir es un ocio muy trabajoso, y que lo que escribo con tanto trabajo no es estrictamente lo que usted lee. La lectura es algo íntimo, habla en el interior, es un ejercicio libre y mis textos resuenan diferente en cada lector. Es una gran riqueza.

Sigo escribiendo crónicas buscando lectores libres. Con un espíritu diferente al del grupo de oyentes de la misa dominical de mi conjunto que me escuchan por obligación. Soy el lector oficial.



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