EN LA JORGE ROBLEDO


 Arturo Jaramillo rodeado de sus alumnos. ¡Busquen a Luisito!

 Hice mi primer año de primaria en Manizales, en la escuela pública Jorge Robledo, donde trabajaba mi tío Arturo como maestro. A veces pienso que él era el rector. Me impusieron la asistencia obligada a dicha escuela, como remedio a mis desplantes altaneros con los primos aguadeños a quienes sentía demasiado campesinos. Además, por ser gratuita, ayudaba al presupuesto familiar.

 Fue una vibrante y pintoresca experiencia. Era una escuela mediana, de muchos alumnos, donde el calzado era poco frecuente. Casi todos iban a "pie limpio". Hacíamos largas filas diarias para entrar ordenadamente bajo la mirada fiscalizadora de los profesores exigiendo aseo. No importaban los remiendos, ni lo usado del traje, pero si la pulcritud. Quien no aprobaba el examen era puesto delante de todos los alumnos y bañado públicamente con manguera. Suena bárbaro, pero era eficiente. Luego del primer día, el baño público fue prácticamente inexistente. Todos lucíamos limpios.  

Inolvidable, amorosa, mi profesora Adela Mejía. Me enseñó a leer. La palabra es un símbolo, no es lo que describe, pero lo convierte en realidad. Es algo mágico. Además, era amiga de mi mamá y por años le llevé algún regalito en el día del maestro. 

Eran de temer las campañas oficiales de salud: desparasitaciones a base de productos intomables, vacunaciones con agujas como sables y unas terribles contiendas contra la usual presencia de piojos, que incluían rapada para los piojosos y baños con productos de olores horrorosos para todo el mundo, que eran impartidos en medio de una disciplina alemana.

Me incomodaba a veces que el maestro fuera mi tío, y por esto intenté escaparme, ganándome unos pellizcos, algunos estrujones y un regaño en casa. 

 

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