EL TANGO Y YO
El tango, símbolo musical y social de Buenos Aires, la imborrable marca de una marea de inmigrantes sobre la tierra prometida, y un manizaleño marcado en vida por sus estrofas y sus compases.
“Tango que me hiciste mal y sin embargo te quiero
porque sos el mensajero del alma del arrabal”
Mi segundo hogar fue la casa de mi abuela materna donde se refugió mi mamá tras la temprana muerte de mi padre. Estaba en un tranquilo barrio donde se empezaba a construir una gran plaza de mercado, Las Galerías. Esto cambió la vida de la familia que necesitó huir al poco tiempo de llegar el nuevo ambiente.
Viví pocos años en ese entorno, comenzaron los cambios; ruido, ajetreo y música en las “vitrolas”. De ellas ,un tango que aún me persigue: Vencido
Cuando creí perderte sentí paralizado el corazón
Sentí faltarle el aire a mis pulmones. Sentí que me moría de dolor
Un gris comienzo musical que poco entendía, pero marcó mi sensibilidad. Al crecer sentía que el tango era solo de arrabal y de tristezas. La casa de mi abuela con su zaguán, presidido por el cuadro del sagrado corazón con veladora permanente y rosario diario, fue vendida y se transformó en una reconocida casa de citas. Como nos cambia la vida.
En la infancia, salido de este vecindario, escuchaba música colombiana andina por Transmisora Caldas o interpretada por el buen dúo de mi mama y mi tío Arturo. El tango estaba muy al fondo, símbolo entonces de un reprochable ambiente social que con rudeza marcaba la vida de algunos. En una familia cercana a nosotros, de excelentes dotes musicales adquiridos gracias a la genética materna, el padre le destrozó la guitarra a uno de sus hijos por atreverse a interpretar un tango “no es digno de usted ni de esta casa” lapidó con sus palabras el patriarca .
Fui creciendo, y como el gusto musical es influido por las hormonas, en la adolescencia las tragedias sentimentales repletas de lindas pebetas, de deseos reprimidos, estuvieron al ordén del día. Ya Gardel no era el único y en Manizales también se oía a Oscar Larroca, a Carlos Dante, a Mancini y Godoy, a Alberto Gómez. Oí mil veces Isla de Capri y La Pastora. Tanto fue el fanatismo que comencé a disculpar las malas adquisiciones de jugadores argentinos por parte del Once Caldas, al menos servían, ocasionalmente, para ayudarme a entender el lunfardo de los tangos.
Para ubicar el tango a otro nivel, en otras circunstancias, mi tío Arturo Jaramillo me invitó algunas veces al Teatro Manizales a conciertos de grandes orquestas y, para nunca olvidar, a disfrutar de Libertad Lamarque con su preciosa voz y su belleza. Al escucharle cantar “Madreselva”, me envolvían los sueños y con frecuencia la sentía cantando en el estrecho patio de mi casa lleno de sencillas hiedras.
Hace muchos años vivo en Bogotá donde es más fácil asistir a buenos conciertos, pero no hay ambiente para disfrutar el tango en intimidad con los amigos, con algo de exceso en el trago, en medio de exageraciones y abrazos. Es un ambiente frío, distante. Tomando esto como disculpa por largo tiempo, al llegar de reuniones sociales me encerraba a tomarme dos whiskys de más y a vibrar con mis tangos favoritos, cayendo en la peligrosa etapa del “copisolero”. Aquí si éramos el tango y yo.
Luego de muchas reflexiones y llamados de atención, he logrado romper el para mí dueto inseparable de tango y alcohol. Al paso que voy tendré que conformarme con tratar de oír en libertad a la Lamarque, combatiendo mi sordera, apoyado en audífonos de última generación, y aspirando el alcohol que usan para ponerme inyecciones.
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