ESPIKIANDO VERIWELMENTE


 

Soy de Manizales y desde muy temprano entendí que para los nacidos en el patio trasero de Estados Unidos es indispensable dominar ese idioma para existir plenamente, no sólo subsistir. Para mí ha sido una interminable e interminada tarea. 

En mis primeros años no existían en la ciudad colegios bilingües y un vecino, amigo de mi mamá, nos dictó algunas clases a mi hermana y a mí. Solo recuerdo su amabilidad y mis visitas a su gran bodega de compra de café, casi al frente de mi casa, donde me dejaba jugar y me daba alertas en inglés. “Watch out for the truck” - “Don´t go up these stairs”. Alguien muy especial.

En la primaria creo ni el rector conocía el idioma. En el bachillerato, con los jesuitas, se dictaban algunas clases con profesores del Colombo Americano. Faltó una adecuada motivación. Eran para cumplir un pensum, no me interesaron. Al estar finalizando el bachillerato comenzó a llamarme la atención una jerga: el lunfardo, para poder entender algunos tangos. Este se aprendía en las cantinas y, a veces, preguntándole a algún contertulio argentino jugador del Once Caldas. Ya comprendía a la pebeta, al pibe, al compadrón, al amurado. Entraba en ambiente.

En la facultad de zootecnia en Medellín trataron de convencerme de la importancia de aprender inglés. Tampoco asimilé nada y sólo me quedó grabada la primera clase: el profesor trataba de conocer cuanto sabíamos del idioma y hacía preguntas, Se aproximó a un compañero y le dijo: ¿What is your name?, no entendía y lentamente le volvió a hacer la pregunta: ¿What is your name”, mi compañero, todo azorado, respondió “I am sorry”. Para siempre quedó reconocido por ese apodo. 

En mi vida profesional sentí la limitación de no dominar el inglés. Me cerraba espacios y traté seriamente de aprenderlo. Cerca a mi casa vivía una inglesa, profesora del colegio Nueva Granada, y tomé muchas clases particulares con ella. Magnífica institutriz que logró, en algo, romper mi ignorancia. Hice un gran esfuerzo y lo rematé con un curso superintensivo en Cincinnati (USA), patrocinado por Alltech, la empresa gringa de quién yo era distribuidor en Colombia y, además, tomé un seminario técnico sobre los productos de Alltech dictado en inglés.

Yo trataba de venderme la idea de que algo había aprendido para justificar el esfuerzo y los gastos. En un espacio de temas técnicos bien conocidos por mí llegaba a pensar que había superado el límite básico de conocimiento. Con esa ilusión en mi mente, en una importante ronda de conferencias dada en Bogotá para mis clientes más significativos en el club El Nogal, con todo el respaldo técnico de Alltech y sus investigadores, con invitados especiales como los funcionarios del Instituto Colombiano Agropecuario y reconocidos periodistas agropecuarios, me atreví a dar la bienvenida en inglés. 

Creí haber sobrevivido a esta prueba de fuego y haber hecho notar mi acento aprendido de la profesora inglesa, pero me aterrizó bruscamente leer, al otro día, en un importante periódico, el comentario de alguno de los cronistas invitados: describía amablemente el ambiente, el sitio, los asistentes, las conferencias y anotaba que Luis Londoño les había dado la bienvenida en inglés con un acento paisa igual al del entonces presidente Uribe, renuncié a seguir aprendiendo y continúo espikiando veriwelmente.

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