A SU MANDAR

 


Don José Echeverri Restrepo, cuando terminaba de atender a un cliente en su Farmacia Cervantes, decía siempre sonriente “a su mandar”  . Era un hombre corpulento, muy alto, un personaje amable. Lo especial del mensaje y el nombre de su droguería “Cervantes” bien indicaban la influencia, en su formación, del padre Nazario Restrepo, un tío suyo especialmente culto, polifacético, educador, y para muchos un precursor del grecolatinismo caldense.

Las dificultades económicas de su familia no le permitieron estudiar medicina. Se graduó de farmaceuta y buscó ser un autodidacta en muchos temas médicos. Con tenacidad y esfuerzo montó su propia y exitosa farmacia. 

Por muchos años viví en la casa contigua al edificio donde estaba la Cervantes y habitaba la familia Echeverri. Yo solo tenía una hermana que estudiaba interna y luego se casó muy joven; así mis compañeros de juego eran los hijos de don José, solo nueve, y yo llegué a sentirme parte de su familia. 

Él me tenía especial afecto, disfrutábamos de largas conversaciones y aún tuvimos correspondencia cuando me fui a estudiar a Medellín. Creo mi temprano gusto por la lectura permitió esa especial relación cultivada en amables tertulias que también eran musicales, encabezadas por mi mamá, en la finca de ellos en La Linda.

Tuvo un primo muy especial Gamaliel Valencia Restrepo – magistrado en Manizales- con idénticos gustos literarios. Con dos tragos citaba al poeta Guillermo Valencia y nos repetía con malicia:

Nunca pruebes, me dijo, de licor femenino, 

que es licor de mandrágoras y destila demencia;
si lo bebes, al punto morirá tu conciencia,
volarán tus canciones, errarás el camino”.

 

Trataron juntos de aprender a jugar golf y las clases terminaron cuando Gamaliel le asestó un tremendo bolazo a don José en su espalda .

Don José vibraba por Manizales y apoyaba todo lo local. Me acuerdo insistiéndome que traspasara mi humilde cuenta corriente al Banco de Caldas. Creó una especial tertulia en una gran bodega trasera que tenía su edificio. Especial, porque era para congregar a los pocos extranjeros europeos residentes en la ciudad. Por casualidad me tocó verlos salir molestos de la tertulia y a un don José fuera de sí: reclamaba que, si ellos eran europeos acostumbrados a las grandes matanzas, al exterminio de pueblos enteros, porqué se atrevían a tildarnos de salvajes por las acciones de la guerrilla. Decía que les chocaban tanto por el escaso número de muertos. Allí murió la tertulia.

Me alejé de Manizales, ocasionalmente lo visitaba. Siempre cariñoso y en la amable compañía de Merceditas, su esposa. Ella por su sencillez, su calor humano, bien merece otra crónica. 

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