UN ENTIERRO MUY CURIOSO (FINALES DE 1950)

  


Carrozas de Aparicio Cabal (foto/archivo del instituto caldéense de cultura)

Vivíamos en unos oscuros "bajos" que tenían dos ventanas que daban a la vía principal, la carrera 23. Estando allí comenzó un tremendo escándalo en la calle, corrí a una de las ventanas y observé un raro cortejo fúnebre. 

Anoto que todos los días pasaban dichos cortejos por nuestra vecindad, dada la cercanía de la iglesia de La Inmaculada y su muy cercana Funeraria La Equitativa. Lo particular de éste eran el jolgorio, la borrachera, los insultos al cadáver y un trapo azul sobre el ataúd. Algo muy extraño que me inquietaba. Le pregunté a mi tío Arturo sobre lo que veía y él me aclaró que era un entierro simbólico del equipo de fútbol Millonarios que acababa de perder el campeonato con el Deportes Caldas, que estrenaba su primera estrella. 

Creo que esto explica mi dicha ante casi cualquier derrota de Millonarios: siempre me hace revivir este surreal momento de 1950. El exótico entierro pudo darse gracias a un especial patrocinador: Aparicio Díaz Cabal, dueño de la "Funeraria La Equitativa, económica, social y deportiva" como decía su propaganda.

 Bien merece don Aparicio una pequeña referencia: enterrador nacido en Palestina, Caldas, que antes abrazar el oficio funerario fue matarife y amante del fútbol, el tango y la milonga y coleccionaba los discos de Carlos Gardel.

Su funeraria era la más importante. Ofrecía muy diferentes ceremonias y aditamentos de acuerdo con la importancia del difunto y el dinero de la familia. La carroza de lujo era espectacular: cuatro caballos percherones muy engalanados,  y cochero y acompañante con pomposos atuendos. Dentro de la funeraria se preparaba anualmente el pesebre navideño más visitado y extravagante. Le ponía dos o tres puentes debajo de los cuales ubicaba unos muñecos haciendo sus necesidades fisiológicas: una réplica de los famosos caganer de Barcelona. Era algo grande y llamativo. Yo iba todos los días a verlo. 

Por muchos años, en el aniversario de la muerte de Carlos Gardel, el más famoso cantante de tangos, le hizo entierro simbólico, con todo lujo y detalle con  la satisfacción de los numerosos manizaleños amantes del tango y del artista. 

En la vitrina, cuando exhibía un nuevo modelo de ataúd, ponía un letrero que decía “Mire bien este ataúd, el próximo puede ser para úd” y, a veces, la adornaba con versos nacidos de su ingenio: — En esta tumba fría yace la esposa mía y si ella descansa en Paz, yo descanso mucho más - Pensé en estudiar milicia, pero en el examen me rajó la policía… Sofía era tan gorda y tan fofa, que sentarse no podía en el sofa - Toda vestida de blanco, toda sentada en un banco y toda llena de melanco…Lía…

 Años después construyó un muy buen edificio, con sus pompas fúnebres en el primer piso y luego dos o tres pisos más para su familia.  Su gran salón de exposición de ataúdes era digno de verse. En las ferias tradicionales de Manizales lo alquilaba para montar una caseta de baile, con su pista sobre el gran emblema de mármol de la funeraria y al lado un arrume de ataúdes cubiertos por una cortina.  Culminaba la construcción en una especie de cúpula con una envidiable vista sobre la ciudad, en la cual puso su inodoro privado para transformarse en el gran caganer de Manizales.

En el año 1950 yo tenía seis años y no me llevaban al estadio. No era conciente del significado del entierro descrito, sólo me sorprendía por diferente. Hoy tampoco voy al estadio, no sufro por el Once Caldas, don Aparicio está muerto, pero en mi interior vuelve esta extraña remembranza cuando mi entorno familiar se conduele por una derrota de su amado Millonarios y procuro no sonreírme con mis recuerdos. No siempre lo logro.

 

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