ESTOY VIEJO
Y estoy feliz.
Hasta mis limitaciones me dan amables sorpresas. Oigo mal y mis hijos me equiparon con un excelente par de audífonos que puedo controlar desde mi celular y que transmiten directamente a mi oído profundo y a mis neuronas las llamadas a mi teléfono y la música que escojo. Increíble experiencia. Bastante egoísta, pero perfecta.
El ron ha acompañado muchos momentos de mi vida sin dominarme. Ahora, solo con dos tragos, como en éxtasis, me arrebata la música. Agustín Lara, el polaco Goyeneche, Jorge Cafrune, Rocío Durcal, José Alfredo Jiménez, Garzón y Collazos, Diomedes Díaz, y muchos otros cantan para mí y me estremecen profundamente. Es algo especial que algunos comprenderán bien, pero otros han pecado de prudentes.
No siempre ocurre así, pero me alegran cuando me ceden un asiento, cuando me ponen de primero en la fila para almorzar, cuando sonríen con mis anticuados comentarios o mis chistes repetidos, cuando se afanan y no se ríen de mis tropiezos al andar, respetan mis espacios y mi necesidad de soledad. Me dejan ser, no me hacen sentir de más. Me dan tranquilidad y confianza, traen paz y la ilusión de poder dedicar algo de mi tiempo a los otros, así sea solo para escucharlos o rezar por ellos.
Me siento libre. La realización de mi vida no depende de los demás, de ser necesario para alguien, ya no busco que me reconozcan, pero aún me hace feliz un comentario amable, una sonrisa, el saber que algunos me leen y lo disfrutan. No se acaba mi narcisismo.
Hasta el amor se ha enriquecido sin afanes sexuales ya plenamente cumplidos. Se experimenta como una aceptación incondicional del otro. Siento a mi esposa como “carne de mi carne y hueso de mis huesos” y podemos ser el uno para el otro plenamente, sin dominios, como un apoyo total. En plena madurez.
Ahora tengo el tiempo y la paz necesaria para escribir mis crónicas y disfrutarlas, las saboreo, y me sorprende como un recuerdo arrastra al otro; como las remembranzas de la vida sirven para enriquecer mi actualidad y alegrar a otros. Antes esto era un imposible o algo difícil, extemporáneo.
La religión ya no es algo impuesto sino espontáneo. Toda religión nos sirve de preparación para la muerte. Sé que está cercana pero no me asusta. Desde mi fe católica siento que Dios está esperándome para darme un eterno abrazo de padre. Algo que la vida terrena me negó por la muy temprana muerte de mi papá. Es claro que no tengo afán alguno, pero ya no soy indispensable, voy rompiendo mis apegos y puedo apartarme.
Quiero hundirme, como los barcos, con las luces encendidas y entender que al morir simplemente estoy cambiando a una mejor casa.
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