HASTA EL ORO DERRITIÉNDOSE
Corría el año 1990 y estaba la familia Londoño reunida en La Dorada para celebrar los cincuenta años de casados de mis tíos Jesús y Mercy. Sufríamos una tremenda ola de calor, habíamos alistado una obra de teatro y yo pensaba que era difícil actuar en el bochorno. Hasta el oro de las bodas se estaba derritiendo.
La habíamos preparado por largo tiempo en amenas reuniones en el apartamento de la tía Laura. Un excelente anticipo, con mucha participación. El tema central fue una obra colectiva describiendo la vida matrimonial de los Willamson Londoño. Eran un delicioso caos, todos queríamos aportar y por fin pudo consolidarse.
La obra la titulamos: “Los cincuenta años” y decíamos que era un auto sacramental de seis actos similar a los de Calderón de la Barca y hasta le pedimos “autorización eclesiástica” a Octavio Peláez, el primo cura. En La Dorada ya la teníamos montada cuando comenzamos a gozar la celebración. Al final pensé, que, como en el boxeo, fueron mejores las peleas preliminares que la de fondo. Esta fue buena, pero con un calor asfixiante.
En nuestro “auto sacramental” revivíamos viejas historias. Los avatares de la acción imperialista de Inglaterra controlando la producción de oro en Colombia en el siglo IXX. Marmato era la joya de la corona y allí los ingleses tiemblan por la libertad total de los esclavos y una grave epidemia de cólera. Para controlarla envían al doctor Jorge Williamson. Curó a muchos, pero se enamoró de una preciosa niña de Rionegro, Julia Mejía, a quien salvó de una mordedura de culebra. Se casó con ella y cambió el whisky por el aguardiente.
Un descendiente directo suyo aparece en Manizales en 1932. Era Jesús Williamson que acompañaba a su primo, Monseñor Juan Manuel Gonzáles Arbeláez, en su posesión como obispo de la ciudad y una joven, Mercy Londoño, quedó prendada con solo verlo pasar en la procesión de bienvenida y le armó tremenda cacería. No se perdía misa del nuevo obispo y el acólito, Jesús, cayó en sus brazos. Anotábamos en la obra que esa era la época de los Cristos apuestos y las vírgenes suplicantes.
Tatiana Arango e Ignacio Londoño los representaron, con toda propiedad, en su ceremonia de matrimonio. La dificultad fue con mi primo Jorge Hernán que estaba pasado de tragos y debía encarnar, en toda su dignidad, al señor obispo González quien había presidido la ceremonia original. Se le olvidó su parlamento y nos obligó a una breve espera, pero el incidente animó la presentación y fue parte importante de su éxito.
Mercy y Chucho, recién casados, se fueron a vivir a Ubaté fabricando quesos para sobrevivir. Una etapa difícil. Chucho alegaba que por su relación con el obispo le pedían que viviera haciendo milagros. Para complicar el cuadro nació su primogénito un poco antes de cumplir los nueve meses de casados. Todo esto se prestaba para montar sencillas y jocosas escenas.
En 1946 llegaron a vivir a Bogotá donde al poco tiempo se radicó, ya viuda, mi abuela Mercedes buscando el calor de sus hijas. Chucho ya trabajaba en Bavaria, cuando su suegra se disponía a llegar a la capital ,y el evidente proceso de canonización que bien merece, puede mancharse porque sorpresivamente fue trasladado a Manizales. Nunca se supo si fue una decisión corporativa de la empresa, o una solicitud de auxilio del empleado.
En la obra pasamos a describir la vida en Manizales, su jubilación en Bavaria y su historia cafetera al frente de su finca Santillana. Los sobrinos teníamos casa adicional en Manizales y una linda hacienda para pasear. La finca no nos duró mucho, pero todos disfrutábamos de su gran cariño.
Al final invitamos a los protagonistas a pasar al frente bajo un gran letrero FELICES BODAS DE ORO y todos entonamos:
Por ser siempre cariñosos
La obra les dedicamos
Por esos cincuenta años
de amor y felicidad
Seguro hoy, Jesús y Mercy están esperándonos en el cielo.
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