CUENTOS DE PELUQUERÍA
Afortunadamente ya no estamos en la Edad Media. Los monjes debían mantener su tonsura, el tradicional corte circular rapado en la parte superior de la cabeza, y cada monasterio debía contratar barberos. Estos, a los que también recurrían los vecinos, además del corte de pelo y el afeitado, realizaban cirugías, sangrías, ponían sanguijuelas, vendajes, enemas y sacaban dientes, lo que les valió el nombre de «cirujanos barberos”. Alguna vez tuve bastante pelo y me crecía. Las primeras peluqueadas de que tengo memoria fueron en la casa de mi abuela donde viví mi infancia. Me hacían cacería entre mi mamá y las tías, me sujetaban en mi amada sillita puesta encima de una mesa en un amplio corredor. Aparecía Don Manuel, al verlo me sacudía para escaparme, pero me atenazaban manos firmes y cariñosas. Yo siempre quería mirar a fondo el maletín negro, redondeado, como el de los médicos, donde Don Manuel guardaba sus elementos de tortura, y él aprovechaba mi curiosidad para aquietarme.