UN GODO EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL





En 1964 comencé a estudiar zootecnia en la Facultad de Ciencias Agrícolas de la Universidad Nacional de Medellín. Era una pequeña comunidad con menos de 500 alumnos. Todos nos conocíamos y hacíamos tertulias en la linda cafetería, rodeada por un lago, donde nos entreteníamos viendo hacer el amor a los patos.

Un cascarón idílico que envolvía fuertes tensiones. Los estudiantes, por nuestras variadas procedencias y condiciones sociales reflejábamos el país. Ese año el presidente Valencia ordenó una gran ofensiva contra el reducto de las FARC en Marquetalia, la república independiente de este grupo guerrillero. No pudo acabarlas, pero sí ayudó a diseminarlas.

Llegaba fuerte la Alianza por el Progreso, cuando el ELN se fundó el 4 de julio, de ese año. Cuba y China para cultivar sus ideas, patrocinaban estudiantes permanentes, que se enfrentaban entre ellos. Aún en la cafetería podíamos distinguir mesas apartadas de la Línea Mao (China) y la línea Moscú patrocinada por Cuba.

Me atreví a lanzarme como candidato, por el partido conservador, al Consejo Estudiantil. Aparecieron entonces en la universidad , unos afiches que me marcaban como candidato oligárquico, a razón de que yo  tenía un Land Rover. Obtuve una buena votación, insuficiente para el cargo, pero que alcanzó para ganarme insultos y problemas de seguridad.  Tomé clases de karate y me protegían dos ocañeros, godos furibundos, que cargaban navajas automáticas en sus bolsillos.

Los de la izquierda eran de temer. Varios de ellos terminaron en las guerrillas. En esos momentos sus luchas internas, entre la línea Mao y la línea Moscú, eran tremendas, manteniéndolos muy ocupados. Posiblemente eso me libró de sus ataques, muy al contrario del  jefe de la línea Pekín, que fue asesinado en un oscuro incidente con tintes pasionales.

Mis precauciones rindieron fruto en una tumultuosa asamblea para decidir un paro al cual me oponía. Trataba de intervenir y un grupo de costeños izquierdistas lo impedía gritando: “Manizaleño, manizaleño, producto de una noche fría”. Al fin logré que me oyeran y les grité: “Yo puedo ser producto de una noche fría, pero ustedes son producto de una escasez de burras”. Comenzó una batalla campal, pero el karate, mis partidarios, y el temor a los ocañeros guardaespaldas, lograron permitirme sobrevivir.

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