LLEGARON LOS RUSOS
Inpescol , creó una compañía comercializadora de pescados y mariscos. Era Olita. Su dinámico gerente, Octavio Estrada, amplió nuestra visión, nos obligó a mirar hacia el Océano Atlántico.
Vio una oportunidad en dos pesqueros rusos, cada uno con capacidad para congelar 120 toneladas de tesoros del mar. Agenciados a las patadas en Colombia. Traían la pesca, en el puerto poco se vendía y no encontraban bodegas disponibles para transferir el pescado. Así se entorpecía toda la cadena productiva.
La empresa responsable de los barcos era española. Sovhispan, creada en tiempo de la dictadura de Franco para atender a la flota pesquera rusa, y tenía sede en las Islas Canarias. Octavio logró que rompieran con sus anteriores representantes locales e Inpescol comenzó a actuar. Él comprendió donde estaba el nudo gordiano y lo cortó. El pescado que traían era denominado Ronco, lo vendían barato, y apenas cuando podían. Al Ronco tuvimos que darle estatus, empezamos a llamarlo Dorado, duplicamos su precio y comenzó a venderse como pan caliente.
Una tribu guajira, cerca de la costa, asaltó uno de los buques. Borrachos, ávidos de botín, se robaron parte del pescado, todo el vodka y el combustible. Enfurecidos por la baja calidad de los relojes y radios de los tripulantes y encartados con sus billeteras llenas de rublos, las pagó el biólogo colombiano, especializado en Rusia, que estaba en el barco. Lo amarraron al palo mayor y se entretenían disparándole cerca de su cabeza. Quedó con el fuerte tic nervioso de girarla de lado a lado, los tripulantes le empezaron a decir “segundero” cuando regresó escuálido de un a tratamiento siquiátrico.
Con la relación comercial viento en popa vimos otra oportunidad: los rusos querían pescar atún con base en Colombia. La poderosa pesquera norteamericana Starkist, de origen yugoeslavo, ofreció su apoyo técnico para desarrollar ese tipo de pesca.
Fue un largo, complicado proceso político, legal y técnico. Existía una fuerte y muy politizada Unión Soviética. La burocracia ahogaba. Cada barco traía un comisario político que mandaba más que el capitán. Queríamos salir rápido a pescar y el comisario ordenaba una hora de capacitación en marxismo y se paraba todo, desesperante.
En un viaje a Rusia de Jorge Hernán Londoño, propietario de Inpescol, y de Mario Patiño nuestro gerente, las reuniones no caminaban y el representante ruso las suspendió por dos días. Jorge Hernán, hombre de empresa, se daba contra las paredes y pidió somníferos para lograr dormir ya que no podía trabajar. Mario, más equilibrado, aprovechó para visitar museos.
Un ruso de alta posición en el Ministerio de pesca de su país, Eugenio Verinchuk, que tenía sede en España, hizo una excelente relación con Jorge Hernán. Se visitaban a título personal. A la KGB no le gustó la “occidentalización” de Verinchuk, lo capturó y lo envió arrestado a Rusia. Un año después Jorge Hernán lo volvió a encontrar en Moscú, en invierno, trabajando en un humilde escritorio, tiritando,embutido en su abrigo, en un sitio sin calefacción. Lo estaban reeducando para el comunismo.
El desembarco de los atuneros rusos en Buenaventura fue en el año 1981. La flotilla tenía un helicóptero para detectar las manchas de atunes y los barcos salían a tenderles sus enormes redes. Poderosas lanchas rápidas acosaban a los atunes. Capitaneadas por “cowboys”, como se les conocía a quienes llevaban el timón y gritaban las órdenes, arreaban los peces, con el rugido de sus motores. Eran texanos, traídos por Starkist, que dominaban la peligrosa tarea y no querían enseñarle a nadie. Salían a mar abierto, a gran velocidad, dando tumbos entre las olas que podían desprenderles los riñones. Burdos vaqueros, de altos salarios y muy difíciles de manejar. Exigían las comodidades gringas, andaban bebiendo cerveza y escupiendo el piso del barco por estar siempre mascando tabaco. Los rusos querían matarlos.
Los tripulantes soviéticos eran todos eslavos, grandes, fornidos, siempre sudorosos porque venían de pescar en el helado Atlántico norte. Al desayuno no untaban la mantequilla en el pan, sino la cortaban en gruesas tajadas buscando calorías innecesarias para transitar el día, que los hacia sudar como cerdos y desfallecer bajo sol infernal. Para atrapar las cucarachas, repartían por el piso, recipientes llenos de aceite usado de cocina que al calor del puerto, creaba un ambiente melcochudo, que hacía que el aire pesara tanto como su añoranza de hogar y sopas de papa. Dentro del barco se respiraba con dificultad, y el ambiente invitaba a hacerlo lo menos posible .
Una joven médica, que tristemente no aguantó el destierro, se alcoholizó y el capitán nos la entregó para despacharla a Rusia, de un gulag a otro. Increíblemente cada tripulante tenía derecho a media botella de vodka al día. Era un atractivo para engancharlos.
Luego llegó un barco de mayor calado, el Iván Borzov. Esperábamos ansiosos al segundo semestre para lograr mejores capturas. El atún es migratorio y pasa frente a nuestra costa pacífica en dicha época, no llegaron en los números esperados, se fueron los rusos y casi todos los “cowboys”, uno de ellos contó con mejor suerte y pescó una novia morena que le cortaba bien el bacalao.
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