YO ESTUVE EN GORGONA


  

        Gorgona es una isla oceánica, montañosa, muy especial, situada en la región más húmeda de América. A pesar de tener solo 26 kilómetros cuadrados la cruzan 25 riachuelos y disfruta de la reserva hídrica natural de la laguna de Cabrera. En sus costas se mezclan aguas frías y calientes, que favorecen una gran diversidad de peces. Un hermoso laboratorio biológico que pude disfrutar. 

 Trabajaba en Inpescol, una empresa pesquera que operaba tres plantas en nuestra costa pacífica: en Tumaco y El Charco en el departamento de Nariño, y en Guapi en el departamento del Cauca, además utilizaba una bodega general en Buenaventura. Tenía un barco de cabotaje, el Iván, que recorría la costa uniendo a las plantas con Buenaventura. Le prestaba servicios de transporte al Ministerio de Justicia llevando combustible, viandas, vigilantes, y donde en vez de llevar turistas, transportaba  presos a los más peligrosos delincuentes del país. 

El equipo de fútbol de Inpescol jugaba, de tarde en vez, partidos de fútbol con los internos. En alguno de los partidos uno de ellos le dio una patada salvaje a nuestro gerente, Mario Patiño. Este la asumió resignadamente, ni loco iba a pelear con un señor cuyo pasado podría incluir uno que otro muerto. Pero nuestro auditor estrella, Marco Pacheco, no pensó igual, y en la primera oportunidad le pegó una levantada que lo sacó del partido. Ese día, buena parte de la guardia de la prisión tuvo que acompañarlos hasta el barco. A nuestro gerente con el tobillo hinchado, y a un Marco dispuesto a darse en la jeta con el preso.

Ocasionalmente llegaba a nuestra aislada planta de harina de pescado en Punta Bazán, municipio de El Charco, la lancha de la penitenciaria. Era el punto de la costa que les quedaba más cerca. A veces por algo urgente o por la necesidad psicológica del director de no sentirse sepultado en vida. Eran visitas cortas. De manera inteligente, se hacía acompañar por dos de sus mejores vigilantes y dos de los más juiciosos presos. Nos decía que era la mejor herramienta de control interno.

 Era un lindo viaje recorrer esa costa maravillosa. Si había alguna urgencia, viajábamos en una lancha rápida con un especial lanchero, Taquito, a quién le faltaban dedos de su mano derecha por un desventurado lance de pesca con dinamita. El viaje era alucinante. Siempre pegados a la costa, andando entre manglares llenos de vida, cortando las estrechas bahías. A veces el océano Pacífico olvidaba su nombre y le ponía un toque de aventura al viaje.

Guapi, pueblo cercano a la costa situado sobre el rio del mismo nombre, contaba con un aeropuerto para aviones pequeños. Desde Cali volaban Satena, Tana y años más tarde lo hizo Aces. Según los lugareños en Tana la muerte era bacana y en Satena era serena.

Para salir del pueblo en uno de mis viajes utilicé a Satena. Un viejo DC3 militar, con una banca a cada lado para los pasajeros. Un sargento dirigía el embarque y atiborraron el espacio central entre las bancas con pescado congelado, plátanos, yucas y cuanta cosa imaginable. El avión estaba con exceso de peso para despegar en la pista tan corta. Luego del primer intento fallido, el sargento se bajó con unos alicates y un machete. Cortó en la cabecera en la pista, el alambre de púas que permitiría más espacio para que la nave cogiera impulso. Entre todos empujamos el avión hasta el extremo recién despejado. Al segundo intento pudimos salir.

 En otra oportunidad, saliendo en el mismo avión, al comenzar a volar, algo metálico golpeó con fuerza el fuselaje. Vimos que era una torreta unida a un cable. Era el cable de la antena del radio con su fijación metálica al fuselaje. El avión volaba de lado, inclinado, procurando que la torreta no impactara las hélices. Fueron momentos de angustia. Aterrizamos, el famoso sargento arrancó bruscamente la otra torreta del fuselaje, las enrolló en el cable, las subió al avión y despegamos. 

Increíblemente aún estoy vivo utilizando con frecuencia ese medio de transporte. Sentí una bendición cuando Inpescol tuvo avioneta y luego comenzó a operar Aces y así pude volar seguro.

En los años 1981 – 1982 la Universidad de los Andes realizó un estudio, de sus facultades de biología y de arte a la isla, y editó un libro llamado Gorgona. Inpescol apoyó la investigación con el servicio logístico del barco de cabotaje. Conservo con orgullo dicho libro con la agradecida dedicatoria del profesor Felipe Guhl, uno de sus autores.

Hoy de la prisión,  no quedan sino ruinas y en  mi corazón un especial recuerdo del hermoso entorno y sus aventuras. 

 

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