DONDE DESPUNTÓ MI JUVENTUD
Mi juventud despuntó en Manizales, una pequeña ciudad a horcajadas sobre la cordillera central, envuelta en preciosos atardeceres que la pintaban de rojo y naranja, en un paisaje dominado por la altiva presencia de cumbres nevadas y la omnipresencia del café. Todo era café, no había nada fuera de él. El grano, su abundancia, la oportunidad de la cosecha y el precio determinaban la vida.
Para transitarla era necesario tener un tremendo estado físico. Pareciera que muchas de sus empinadas calles hubiese sido mejor pintarlas con rodillo, como a una pared, antes que pavimentarlas. Manizales ofrecía aceras transformadas en peldaños para transitar por ellas. Inclinadas cuestas que permitían un punto de vista para observar, un poco más de lo aceptado, debajo de las faldas de las jóvenes que habían iniciado antes la pendiente. Los detractores de la ciudad afirmaban que allí todos los carros se volvían morados, forzando sus motores semiahogados, por subir y subir, resbalando en el pavimento siempre mojado.
El marcado desnivel arrastraba implicaciones sociales. En las ciudades planas rápidamente nacen barrios separados para las diferentes clases sociales. En aquel guadual urbanizado, las casas de habitación tenían dos pisos al frente y cinco por detrás. El piso alto iluminado y amplio, acogía a los de buenos recursos, el de los semienterrados bajos era el albergue de familias como la mía de escasos recursos, alta autoestima y buena educación, que se consolaban de su precario abrigo por estar bien situados y codearse con los más afortunados, algunos de su mismo clan familiar. Abajo quedaba un triste cuchitril, humilde, mal iluminado y peor ventilado, refugio de una zapatería mínimas, de un empobrecido arreglalotodo. Yo pensaba que a los de arriba les sonreía el sol y a los de abajo se los tragaba la tierra.
A su ambiente cultural se le denominaba “grecocaldense”. Un término irónico para resaltar la exageración de la cúpula social que soñaba, citaba, y hasta pretendía realizar en sus escritos el clasicismo griego, tomado más de lo poético que de lo histórico, de unas condiciones de atraso social y cultural.
Había una minoría cultivada, que reflejaba el despertar de los herederos de los colonizadores a la cultura y a la vida urbana que ya posibilitaba a la clase dirigente cierto refinamiento enriquecidos por la arriería, el comercio, el café y la especulación con bienes raíces rurales. Luchaban con un medio tosco, no buscaban la realidad de su rural entorno y así la cultura se volvía un simple adorno. Soñaban despiertos. Brillaron políticamente, hicieron un tremendo despliegue en pocos años y mostraron, en algunos aspectos, el saludable influjo del filósofo español José Ortega y Gasset.
Ya estaba pasando la música folclórica andina y el apego a Garzón y Collazos. Irrumpían con tremenda fuerza las rancheras mejicanas. Aun así, en el fondo de la región y en mi corazón, reinaba el tango.
De visita en Chinchiná para ver a mi hermana Berta, casada con Mario Jaramillo, al finalizar una tarde salí con él para traer algo para los niños. Caminamos unos metros y desde una lujosa camioneta saludaron a Mario efusivamente. Era un comprador de café de la zona que nos invitaba a celebrar el reencuentro con su antigua y aún atractiva amante, y el hijo de ambos, a quienes no veía desde hacía largo tiempo. Participé feliz. Recorrimos los mejores bailaderos de tango de la zona. La pareja vibraba con la música y con sus recuerdos. Su vida era un tango y bailando apasionadamente lo expresaban. Era una emoción que trascendía, que empapaba el ambiente. Mucho más que un simple espectáculo. Nos metió por horas y horas, en el alma del arrabal criollo estremecido por los bandoneones.
Al fin se impuso la realidad. Regresamos del ensueño, trasnochados, en una etílica bruma y sin haber comprado lo que se necesitaba en la casa. Berta y mi mamá estaban desesperadas sin saber de nosotros y no les parecieron suficientes las disculpas. No entendían el valor de la celebración, de la oportunidad para sentir algo especial e inolvidable. De vivir un tango.
Comentarios
Publicar un comentario