MONJAS, TIPLE Y WHISKY


  

Iniciando los años 70, gracias a mi relación laboral con Inpescol, una empresa pesquera, viajaba con frecuencia a Guayaquil, Ecuador, donde esta industria estaba más desarrollada y podía aprender, hacer nexos y traer repuestos. Me hospedaba en el Hotel Continental, en la plaza mayor, muy cerca de la Catedral Metropolitana.

Acostumbro a ir a misa y una tarde fui a la catedral para asistir a la celebración de las seis de la tarde. La iglesia la adornaba un gran arreglo de flores y en ella podía ver un robusto número de monjas de clausura,  preparándose para la ceremonia de toma de hábitos de una novicia.

Llegó el gran momento y fue sorprendente: olor a incienso, sonaba el órgano y presentaron, ante el altar, a la novicia con un hermoso traje blanco como de novia. Una joven rubia, linda, muy alta y con su cabello peinado en dos grandes trenzas. El sacerdote la bendijo, la ungió en la frente con el sagrado crisma y tomando unas tijeras doradas de una bandeja de plata ofrecida por la madre superiora, le cortó sus trenzas y las depositó en la bandeja. Las colocaron a los pies de la virgen.

Estaba, increíblemente, viviendo la vieja canción de los Chalchaleros, La Monjita: “La novia de Cristo, con temblor de ave, ofrece sus trenzas que un ángel le dio”.

Inmediatamente se le hizo la ofrenda a la Virgen, se formó cerca del altar un círculo de monjas portando un gran velo. En su centro, púdicamente, la nueva monja cambió sus blancas vestiduras por un hábito negro. No pude evitar sonreírme al notar que, por la baja altura de las viejas monjitas de raíces indígenas, no alcanzaban por más que se estiraran, a tapar bien a la linda rubia que se estaba cambiando. Y continuaron los Chalchaleros sonando en mi cabeza…“consagrada al cielo se va la monjita adiós dijo al mundo y a todos adiós” Fue una misa inolvidable.

Años después, Ecuador me tenía preparada otra sorpresa. Por mucho tiempo fui distribuidor, en Colombia, de productos pecuarios de Smith Kline, una poderosa farmacéutica. El gerente para Colombia, Ecuador y Venezuela era el veterinario ecuatoriano Milton Sánchez. Vivía en Colombia y estaba iniciando la tarea de impulsar el producto estrella del laboratorio, la Virginiamicina, en el recién abierto mercado ecuatoriano.

Se había planeado con un brillante conferencista y profesor, que vendría de México, una gira promocional en el Ecuador. Cuando Milton tenía todo listo, invitaciones repartidas y preparándose para salir, le informaron, a último minuto, que el profesor no podía viajar para la inmediata y bien programada gira. Desesperado, llegó a mi oficina en Bogotá pidiéndome que lo reemplazara. Que era igual a como había sido en Colombia y que yo podía hacerlo. Era algo urgente, debía salir inmediatamente con una improvisada maleta, y que si algo me hacía falta lo compraríamos en Quito.

Lo más insólito fue su solicitud de que llevara mi tiple. Él conocía bien su tierra y su gente, y pensaba que podíamos terminar cada reunión técnica con un buen rato de whisky y canciones. Sorprendido acepté y salimos para el Ecuador.

Nos recibió Luis Larrea, distribuidor de Smith Kline para el Ecuador. Hijo de un famoso corredor de autos ecuatoriano, el Loco Larrea. Estaba interesado en demostrar que era un digno sucesor de su padre. Todo el recorrido fue a gran velocidad y los pasajeros viajábamos tensos con el credo en la boca.

La gira fue por las principales ciudades de la zona andina: Quito, Ambato, Riobamba, y otras que se me escapan. La parte técnica era más que conocida para mí y no tuvo tropiezos. La parte musical, siempre iniciada con generosas libaciones, tuvo cariñosa acogida y los participantes colaboraban al entonar mis viejas y conocidas canciones, varias de ellas ecuatorianas.

El largo recorrido, al final cobró peaje por donde sale todo lo que sobra, dejándome tendido en una sala de cirugía. No fueron trenzas lo que tuvieron que cortar, ya que de beatas, las hemorroides tienen  lo mismo que los Chalchaleros de monjas.      

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