RENATA
Viví mi adolescencia alrededor del Parque Caldas en Manizales. Los lunes, en un ritual gastronómico, pasaba a la Salchichería Alemana donde Míster Albóndigas, en una esquina del parque, para devorarme una deliciosa albóndiga, el producto estrella de la salchichería.
Indudablemente lo mejor del sitio no era lo que yo pedía. Era Renata la preciosa hija del dueño Oscar Hainsfurth y su esposa Clara. Rubia, de ojos claros y un hermoso porte germánico que nos deslumbraba.
Era de esperarse. Renata era una clara excepción al tipo de belleza antioqueña imperante. Renata con Helga Schweineberg, una atractiva pelirroja, hija de Don Carlos un excelente músico alemán y Mariana Hauss, rubia de ojos azules, hija de Don Federico quién echó raíces en Manizales, conformaban el trío que nos permitía soñar con la belleza nórdica. Trasnocharon a más de un amigo.
Yo estaba muy joven para pretenderla, pero Renata era un polo de atracción para ciertos grupos de jóvenes distinguidos del entorno. Especialmente “los gabardinos”, que competían por Renata y por lucir el abrigo inglés de moda. Los seguían los denominados “los billar pool”, de igual prestancia social, formales, corteses, juiciosos. Tanto que se ganaron el apodo. Ante la malicia manizaleña eran “un poco de bolas”.
Todos comían albóndigas y uno que otro logró ligar un poco con Renata. Era conquistar el cielo. Cuando bailaban con ella creían tener una pluma de pavo real entre sus manos. Se gloriaban de ella, la visitaban, disfrutaban ampliamente de las albóndigas y así hinchaban sus barrigas y sus egos. La sorpresa final, cuando rompían la relación, es que les llegaba la cuenta por las albóndigas.
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