USTED ME PRENDE Y YO LO EMBORRACHO

  


Ya tengo ochenta años y se me desdibujan en la memoria los viejos recuerdos. Cualquier sábado, al final de la tarde, por el año 1962, yo abría la puerta de mi casa y salía a la calle arropado en su penumbra, por esa neblina manizaleña que nos hace entrever lo que queremos, así no sea cierto. La claridad mata muchas ilusiones.

Salía en busca de amigos, pleno de vida e inquietudes, presintiendo el sabor de un aguardiente y sacudiendo espermatozoides de mi cabeza. Mi educación jesuítica me había marcado con la ilusión de la castidad, la moral cubría todo y era virtud lo que no se hacía, pero me había dejado espacio para el licor, el tango, y yo bien los disfrutaba.

Me abrigaba en mi girón de niebla cuando pasaba por mis bares predilectos, buscando a los de siempre, tatareando la canción de moda ,“Hoy que la lluvia entristeciendo está la noche y las nubes en derroche tristemente veo pasar, viene a mi mente la que lejos de mi lado el cruel destino ha posado solo por verme llorar…”, como buscando penas y tragedias inexistentes para mi pero presentes en el tango. Yo sabía que Gardel había muerto en Medellín, pero lo sentía vivo en Manizales. En sus bares seguía reinando la tristeza rebelde de los tangos.

Si alcanzaba a llegar solo a la plaza de Bolívar sentía que no había llegado a ninguna parte, pero en sus alrededores encontraba algún amigo con anhelos parecidos y nos aplicábamos el primer aguardiente en La Cigarra o en El Polo. Crecía la mesa, aparecían media botella de Cristal y los temas de siempre. De pronto sentía el efusivo abrazo de mi amigo Garufa, a quien no le gustaba el tango, pero si el aguardiente, y me decía: “no se le olvide Luis que si usted me prende yo lo emborracho” y quedaba asegurada la fiesta.

 

 

 

 

 

 

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