PREOCUPADO POR TENER UNA PELOTA CHIQUITA
Un torrente de niños alegres caminábamos hacia una elegante casa en el centro de Manizales. La felicidad nacía de la fiesta de primera comunión que se insinuaba magnífica. Todos queríamos disfrutarla y nos agolpábamos en la puerta. Parejas de madre e hijo y el infaltable paquete del regalo.
Un amplio zaguán nos permitió ver al fondo la mesa central y todos los preparativos. Inquisitivos, como siempre, queríamos saber cuál sería la sorpresa que al final nos llevaríamos con nosotros a casa, esa que nos tenían reservada.
El enjambre infantil miraba la mesa, el enorme tamaño del ponqué y buscaba afanosamente la ansiada sorpresa. Alguien la descubrió gozoso y regó la noticia. Era una gran pelota de letras. Corrió la información y un niño vecino jaló el vestido de su mamá, con cara de avergonzado, comentándole: mi pelota de regalo es más chiquita. La avergonzada era la mamá y la marea infantil en el zaguán no los dejaba devolverse.
Ella no sabía que decir y quería pasar rápido. La anfitriona los recibió con amplia sonrisa, alabó el regalo diciendo que era necesario para completar un juego que exigía, al menos una pelota más pequeña y en esa casa todas las pelotas eran grandotas. Les dio un especial abrazo y pude ver la cara de alegría de mi amiguito avergonzado.
Creo aún se está acordando, como yo, de esta hermosa acogida y han pasado muchos años.
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