LA BENDICIÓN DEL PADRE CHOCOLITO
Nadie conocía su nombre: José Domingo Osorio. Simplemente era el padre Chocolito. Por años estuvo trabajando en la parroquia de la Inmaculada en Manizales. A las cinco de la mañana se tomaba el primer trago para soportar el frío del Rosario de la Aurora. Tuvo una vocación tardía y conservaba viejos resabios como tomarse algún aguardientico, en pocillo de café, que solicitaba en el café del frente a su parroquia como “sírvame un bendito”, y debajo de su sotana cargaba un revólver que jamás utilizó luego de ordenado.
Una pareja con una evidente y exagerada diferencia de edades y de posición económica ,buscaba un indispensable permiso para casarse. Lo habían solicitado en todas las parroquias en su paso de Aguadas hacia Manizales, y les habían cerrado todas las puertas que tocaron en los despachos. Por eso terminaban esa tarde, en un bar, pidiendo la autorización del padre Chocolito.
El cura se había ordenado luego de una larga vida y muchas experiencias, lo que le permitía con facilidad tomar la opción del mal menor. Después del tercer “bendito”, el viejo curita que ya parecía una sombra arrugada, aceptó casarlos. Veía al descachalandrado y suplicante joven dispuesto a todo.
No creía mucho en su historia de amor. Sentía al novio como un simple campesino luchando por abrirse camino, así fuera enamorando a una mujer, envejecida y con menos atractivos que una escoba, pero que tenía casa en el marco de la plaza de Aguadas. A ella ya la conocía, y sabía del sufrimiento de la soltería enmarcada en las rígidas normas sociales de su entorno. Entendía que la novia, desesperadamente, necesitaba sentir el amor así fuera fingido, y no tener que morirse sin probarlo.
Felices, abrazaron al curita que los bendecía y fueron a contarle a la familia y a los amigos que la novia tenía en Manizales. Tuvieron el mismo resultado que en las oficinas eclesiásticas. Sólo mí mamá, de ánimo alegre y descomplicado, aceptó la realidad y ayudó a su amiga a arreglarse para el desposorio.
Realmente no había mucho para engalanar. Era una curiosa pareja que pudo presentar su obra de teatro en la misa de cinco de la mañana del día siguiente, y luego salir para su pueblo a compartir el inmueble de la feliz ex solterona y consumar la finalidad del matrimonio de la época: lograr un Cristo más y una virgen menos.
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