MI TÍA HACÍA MIÑOCOS
Era mi tía Leonor Jaramillo quien me sorprendía con sus gesticulaciones al hablar, y yo me preguntaba por qué hacía tantos miñocos.
Estuvo casada con un amable abejorraleño barrigón, dueño de una buena ferretería en Armenia, que manejaba en sociedad con sus hermanos. No tuvieron hijos. Alcancé a pasar algunas vacaciones con ellos. Vivían en el piso superior de la ferretería, y en una época aciaga de violencia, sus contradictores políticos le prendieron fuego al negocio. Aquello los afectó profundamente, y a mi tío se le agravaron los problemas de salud.
Leonor quedó viuda y se refugió en Manizales, como ya lo había hecho mi mamá con sus dos hijos, en la casa de mi abuela María. Era una mujer seria. No le gustó el novio que tuvo mi mamá en algún momento, y se le notaba, pero a Pastora Jaramillo, con su tremendo ánimo, poco le importaba. Leonor fue una excelente profesora de mecanografía y taquigrafía en horario nocturno, y durante el día trabajaba como secretaria en alguna sección de la alcaldía.
Cariñosa y amable con nosotros, los Londoñitos, nos enseñó a escribir a máquina. Usábamos la papelería que había quedado de la ferretería incinerada; creo que esto le traía amargos recuerdos. Sufría de problemas circulatorios: se le helaban las manos, y me las ponía en la espalda para calentarlas. A veces, yo me le escondía.
Nos llevaba de vacaciones a Tuluá, donde vivían los hermanos de su esposo. Era un paseo fabuloso, en autoferro. Nos recibían en una casa amplia y acogedora, y mi hermana y yo éramos los consentidos.
Era de las mayores en la casa de mi abuela y, a pesar de sufrir graves dolencias y rozar varias veces la muerte, enterró a todos sus hermanos. Mi hermana Berta procuraba acompañarla, aunque viviera en Cali y al tener la responsabilidad de la casa en momentos críticos, tuvo que tomar dos decisiones que llegaron a oídos de Leonor en su agonía ,vía el “correo de las brujas”, y que la disgustaron profundamente. Primero, que mi hermana estaba organizando su velación en una funeraria, ya que no podía atenderla en casa como era costumbre en la época. Y segundo, que estaba ya por regalar sus dos loras , no había quién pudiera cuidarlas. Leonor la desheredó.
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