Y QUE LES QUEDEN BALAS
Estudié Zootecnia en Medellín. Todo lo relacionado con ovinos me atraía. A la facultad había llegado una excelente misión inglesa especializada en el tema. Con un hermoso carro de timón a la derecha, un pastor irlandés con sus perros border collie, y un “sir” incluido: Sir Stanley Harris, su director. Había nacido en la India, en pleno apogeo del dominio británico, y fue combatiente en la Segunda Guerra Mundial.
Sir Stanley se enamoró de Colombia, de sus paisajes y de sus hongos comestibles. Siempre que salíamos al campo los descubría y disfrutaba. Le pedí que me enseñara a distinguirlos. Se negó a hacerlo, explicando que, debido a la gran variedad y a la presencia de hongos tóxicos, no podía enseñarme lo suficiente para evitar una tragedia.
Sorprendía con sus vastos conocimientos. Trajo a Colombia nuevos cruces de ovinos para carne y sostenía que, en muchas tierras del país, se podían producir más kilos de carne con ovinos que con bovinos.
Hice mi tesis de grado sobre ovinos y él fue mi director. Participé en una excursión técnica visitando las regiones productoras de lana del país. Estando en Nariño, en una finca apartada, me localizaron para informarme que mi mamá había muerto hacía dos días y que me buscaban desesperadamente para avisarme. Tuve un paño de lágrimas inglés.
Como final, nos enseñó a preparar un cordero en salsa de menta. Nos invitó a su hogar; le hicimos una pomposa venia a la gran fotografía de la reina Isabel, asaltamos las reservas de scotch mientras recorríamos la casa y disfrutábamos de su gran huerta casera, mientras admirábamos a su linda hija recién llegada de Londres y atendíamos las instrucciones culinarias de su esposa.Al despedirnos, nos hizo notar que lo único extranjero de la cena habían sido el whisky y los anfitriones. Que en Colombia podíamos producirlo todo, y así deberíamos hacerlo.
Dias antes de la cena , Sir Stanley se había sorprendido agriamente cuando unos perros entraron a la finca de la universidad, mataron algunos corderitos e hicieron abortar a varias ovejas. Lo peor para él fue la rabiosa reacción de los campesinos, dueños de los perros, cuando les hizo el reclamo. El inglés no podía creerlo. Dejó al administrador peleando con los vecinos y, al despedirse esa noche de nosotros, nos dio un enardecido consejo:
—Para tener ovinos en Colombia tienen que comprar un buen fusil con bastantes municiones. Matan a los perros, y que les queden balas para defenderse de los dueños.
Buena foto.
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