“PASA QUE AL RECUERDO LE DA POR EMBELLECER LAS COSAS”
CRÓNICA # 100
“Pasa que al recuerdo le da por embellecer las cosas”. Esta bella frase en la novela Aire de Tango explica muchas de mis crónicas. Las cosas toman su verdadera importancia cuando, perdido su sabor de urgencia, de actualidad, aparecen en la memoria y podemos encontrarles su perfil esencial y saborearlas. Los buenos recuerdos son la presencia de la felicidad que no nos abandona.
La casa de mi abuela materna, entre austera y pobre, que me acogió en pañales, tomó para mí el valor de refugio, de centro del mundo en mi primera infancia. Una casa llena de amor generoso. La vendió mi abuela al transformarse el sitio por la nueva plaza de mercado para Manizales. Terminó siendo casa de citas más una crónica del nieto. “La casa de mi abuela”.
Otro recuerdo: La hacienda La Arabia, de propiedad de los Londoño, con una magnífica casa tradicional antioqueña, de amplios corredores, con cuartos enormes, rodeada de altas palmeras y un gigantesco y viejísimo árbol de mango en su patio interno. Al visitarla creía llegar al cielo y la recorría hasta el cansancio queriendo hacer muy míos sus rincones, sus ventanas y los calados que adornaban sus puertas. Muchas veces, en el pico de las cosechas, sus corredores se llenaban del grano para terminar su proceso de secado y podíamos navegar en un mar de café. Algo alucinante.
Pasaron muchas cosas, muchas cosechas, muchas deliciosas vacaciones. El puntillazo final, como a los toros, lo recibí al conocer de su venta. La Arabia quedó en manos equivocadas, que dejaron derrumbar la casa. Hoy, evidentemente, son más bellos los recuerdos que la realidad. Dieron nacimiento a mis crónicas: “La Arabia alias La Máquina” y“Con Tarugo y Carramplón”.
Desde mis seis años de edad, y hasta los 20, mi centro vital fue el Parque Caldas. Curiosamente viví en cinco casas en su alrededor. Recuerdo los trasteos entre ellas, en carretilla, exhibiendo los viejos muebles que ya habían perdido su elegancia, bajo la mirada evaluadora de las vecinas. Mi tío Arturo decía, con razón, que cada trasteo equivalía a la cuarta parte de un incendio. Todas las casas a menos de cuadra y media de la estatua del sabio Caldas que le dio nombre al sitio.
Del sitio los recuerdos son innumerables. Dieron origen a las crónicas “Yo viví en un parque” y “Lo que el mármol calla”.
El lugar sigue siendo hermoso. No terminó en casa de citas o en unas tristes ruinas. Puedo volver alegremente a visitarlo, pero a paso lento y exhibiendo arrugas. Definitivamente prefiero mi recuerdo que le da por embellecer las cosas. Manuel Mejía Vallejo sigue vigente. Seguiré enviándoles mis crónicas. No quiero que se vuelvan un libro póstumo.
Me encanta la costumbre que tienes de embellecer los recuerdos y vestirlos de alegría. Lo que somos está en ellos y contarlos es hacerlos eternos.
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