UNA CARTA: PUENTE ENTRE DOS VIDAS
Hace mucho tiempo —unos 56 años— le escribía a mi novia, en una de tantas cartas, frases enamoradas como: «para acercarnos al día en que la ausencia se canse para siempre de esperarnos». Hoy las releo con emoción.
Gracias a Dios, la ausencia se cansó y seguimos juntos.
Es difícil expresar la importancia que, en aquellos días, tenía para mí enfrentarme a una hoja de papel, como si fuese un puente entre dos vidas. Ya existía la costosa comunicación telefónica directa entre teléfonos fijos, a menudo precaria y con la posibilidad de ser escuchados por terceros. No me bastaba. Para mi generación, una carta escrita a mano, bien lograda, era algo insuperable.
Solía redactar borradores, siempre con tachones. Más allá del simple y machacón noticiero cotidiano, quería plasmar lo verdaderamente significativo. La carta me encarnaba; debía estar bien presentada, con cierta etiqueta. Requería tiempo y reflexión. No era una respuesta inmediata a una pregunta precipitada —como en WhatsApp— y, además, quedaba como testimonio escrito. Por nuestras prisas, las enviábamos siempre por el servicio de “entrega inmediata”. Algo de tiempo ganábamos.
A menudo contestaba también las cartas que las novias de mis compañeros de apartamento les enviaban. Les añadía un toque romántico, a veces tomado de las mías. Mis destellos de amor se volvían lugares comunes, y eso me divertía. En el fondo, me copiaba a mí mismo.
Conservo todas las cartas que me envió Carmen Alicia, y ella hizo lo mismo con las mías: tres años de epístolas. Hoy las tengo cuidadosamente organizadas, una frente a la otra, en cinco archivadores. Son una historia de amor, el testimonio vivo del encanto de una carta. El puente entre dos vidas.
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