PEDRO BUCHES
Como otros paisas de su tiempo, fue un hombre del camino: un arriero. Lo conocí demasiado viejo; parecía una foto en sepia que respiraba despacio. Barrigón en exceso, diabético, con las piernas hinchadas embutidas en unas enormes y toscas botas negras, y casi ciego. Arropaba su nostalgia con la típica neblina aguadeña, con las nubes que lloraban bajito. Estaba hecho de pasado, recordando, con voz carrasposa y oxidada, su vida de arriero. Me contaba cómo los perseguía el tren con sus nuevos destinos, las carreteras con su agilidad y el cable aéreo, que hacía en diez horas lo que a él le tomaba diez días. Le cercenaron su trabajo. Le acabaron la vida. En su oficio independiente era dueño de sí mismo. Aprovechó el momento de la expansión cafetera y del inicio industrial de la región. Todo se movía en mulas y bueyes. Hizo el aprendizaje completo: empezó muy joven como “sangrero”, encargado de la comida; pasó luego a arriero y a caporal, manejando recuas ajenas, hasta que logró cumpli...