EL DISCURSO MÁS CORTO DEL MUNDO
Fue pronunciado por el humorista aguadeño Mario Jaramillo Duque, primo de mi madre. Él mismo lo proclamó así, en el radioteatro de La Voz de Antioquia y lo expresó: “No tengo palabras”.
Ese apunte lo define: agudo, chispeante, dueño de un humor singular. De joven inició estudios de Derecho y Ciencias Políticas en Popayán, pero los abandonó para entregarse al mundo del humor y el entretenimiento. Creo que ese barniz universitario le ayudó a esquivar la chabacanería tan común en su medio.
Su vida transcurrió entre Manizales y Medellín. Se presentaba en los mejores teatros del país junto a Campitos y Montecristo. Las malas lenguas decían que desayunaba, con Montecristo, con un aguardiente en el café más cercano. Mario se casó con una prestante dama de Medellín, pero ella no soportó el “alto voltaje” de su agitada vida. Se separaron y él, solo al final de su vida, regresó al hogar.
Durante un buen tiempo vivió en la casa de mi abuela, su refugio cuando trabajaba en Manizales. Era un interlocutor encantador. Escribía poemas para ocasiones especiales y, a los adolescentes Londoño Jaramillo, nos relataba historias de la farándula, como la del asesinato de Guty Cárdenas en México, siempre enmarcadas en un contexto social. Se emocionaba al narrar recuerdos familiares y lloraba con facilidad, lo cual nos sorprendía en un humorista.
Había atesorado poemas, discursos y canciones en los grandes carretes de su magnífica grabadora profesional. Con ellos se podía recorrer un mapa folclórico y cultural de Manizales y Medellín en su tiempo. Mario navegaba con soltura por esas grabaciones, que usaba para dar contexto a sus temas. Fue alguien muy especial para nosotros.
Algunas veces, cuando estaba en una ciudad distinta a la mía, me escribía cartas copiando largos fragmentos de textos que sabía me iban a gustar. Recuerdo con afecto La novena de San Antonio de Sofía Ospina de Navarro, tan cercano a su estilo humorístico. Hoy me sorprende ese detalle: además de cariño, revelaba su destreza como mecanógrafo.
Tal vez esta sea una historia íntima, demasiado mía, difícil de compartir. Ya me siento, como en aquel genial apunte que dio origen a esta crónica, que no tengo palabras.
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