EL PUTAS DE AGUADAS
Mi familia materna es de Aguadas, capital de las brumas. La alegría y la música son las respuestas a la constante neblina. Disfruté de los deliciosos “piononos” (típico enrollado de brevas caladas, pasas y arequipe) en todas las fiestas y tuve más de un buen sombrero. Cierto, pero en mi infancia lo que más me gustaba era presumir en mi colegio, en Manizales, ante quienes me molestaban, de que tuvieran cuidado pues yo era nieto del “Putas de Aguadas”.
“Yo soy el Putas de Aguadas, de carriel y de machete, nadie me puede chistar, y al que se pare, lo siento”
Oía decir que este putas todo lo podía y a nada le temía. Que le había hecho el amor a la “Patasola”. Se había traído del cielo la receta del famoso pionono aguadeño y además había sobrevivido a una pelea de quince días con el mismísimo diablo. Mis tíos buscaban el empuje del personaje cuando requerían trabajadores para sus fincas y contrataban aguadeños.
Cuando estaba de vacaciones en el pueblo miraba atentamente a las cantinas a donde sentía bronca o peligro buscándolo. Para mi susto encontré al Putas discutiendo con dos policías que querían llevarlo a “la guandoca” por escándalo en la vía pública. Misión imposible por su fuerza y arrojo más el apoyo de sus amigos. Se contentaron con amonestarlo verbalmente.
Yo no le quitaba mi mirada de admiración. Él la percibió, hizo un gesto amable y me dejó sentir en mis manos los ramales de cuero de su peinilla. Yo era un niño y no quería preguntarle nada sino sentirme otro putas a su lado.
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