PEDRO BUCHES
Como otros paisas de su tiempo, fue un hombre del camino: un arriero. Lo conocí demasiado viejo; parecía una foto en sepia que respiraba despacio. Barrigón en exceso, diabético, con las piernas hinchadas embutidas en unas enormes y toscas botas negras, y casi ciego. Arropaba su nostalgia con la típica neblina aguadeña, con las nubes que lloraban bajito.
Estaba hecho de pasado, recordando, con voz carrasposa y oxidada, su vida de arriero. Me contaba cómo los perseguía el tren con sus nuevos destinos, las carreteras con su agilidad y el cable aéreo, que hacía en diez horas lo que a él le tomaba diez días. Le cercenaron su trabajo. Le acabaron la vida.
En su oficio independiente era dueño de sí mismo. Aprovechó el momento de la expansión cafetera y del inicio industrial de la región. Todo se movía en mulas y bueyes. Hizo el aprendizaje completo: empezó muy joven como “sangrero”, encargado de la comida; pasó luego a arriero y a caporal, manejando recuas ajenas, hasta que logró cumplir el sueño de tener unas pocas mulas propias. Desde que pudo cargar un bulto, no volvió a agarrar una olla. Participó de lleno en lo que llamaban el arte de las mulas.
Me pedía que le leyera un poco. Su casi único libro era una gruesa historia de Grecia y Roma. Le encantaba oír historias llenas de caballos. Orgulloso, me hablaba de la importancia de Aguadas, de su industria sombrerera, de su presencia mundial. En 1915 exportó más de 250.000 unidades. Se conocían como los Panama hat, y los usaron todos los personajes del momento.
Pedro Buches murió, y su velación, como era usual, fue en su vieja casa, ubicada sobre una de las mil faldas del pueblo. El peso de sus muchos amigos y de su gran barriga hizo doblarse, en cámara lenta, las guaduas que sostenían el piso. Rodaron amigos, ataúd y cadáver hasta la calle. Hubo lesiones menores, algunos moretones y un gran esfuerzo para volver a meterlo en su maltrecho ataúd. Un velorio inolvidable.
Qué buen relato.
ResponderBorrarNo solo un homenaje al amigo, hombre trabajador, personaje pintoresco hasta en su muerte, sino también a nuestra tierra. El sello de Aguadas, el Cable Aéreo, la pujanza caldense.