EN EL PUEBLO DE LAS BRUMAS
Aguadas, la tierra de mi madre. Es más brumosa que Manizales y eso es mucho decir. Para los aguadeños su porvenir económico está en la posibilidad de exportar smog limpio a Londres. Siempre queríamos participar en su Semana Santa. Las escenas bíblicas eran parcialmente representadas en vivo e involucraban muchas personas y preparativos.
En mi infancia el viaje era atroz. Una vía casi intransitable, destrozada, destapada y con frecuentes interrupciones. Nos hospedábamos en la casa de mi tía Albertina Jaramillo, casada con un viudo que llegó a su vida con seis hijos a cuestas y con el que tenía nueve adicionales logrados en su matrimonio con ella. Era una casa grande de bahareque, con un patio central al que llegaban vacas y caballos. El viudo era Pastor Hoyos. Yo lo veía grande, corpulento, siempre de saco y corbata, con unos pantalones terminados en unas anticuadas botas campana que a mi hermana Berta y a mí nos daban silenciosa risa.
Siempre nos tuvo dos caballos ensillados. Un programa fabuloso para todo el día.
Recorríamos el pueblo y a veces nos aventurábamos por el cementerio viejo, al cual, por esos años, andaban trasladándolo a un mejor sitio. Era alucinante su avanzado deterioro, por todas partes aparecían ataúdes carcomidos, mostrando osamentas más o menos completas.
La más deliciosa de las golosinas de la localidad son los "piononos": una torta enrollada, rellena de brevas y arequipe. Mi tío Arturo, nos contaba como alrededor de 1860, en una de las guerras civiles de la época, las señoras aguadeñas, godas y muy hábiles para bordar, habían hecho unas grandes bandas bordadas con el nombre del Papa del momento: el famoso y controvertido Pio Nono. Con éstas cruzaban el pecho de los jóvenes que salían para la guerra a defender el conservatismo. Mi tío Arturo, liberal, anotaba con sorna que fueron derrotados y las terribles balas liberales les entraban por el "pío" y les salían por el "nono".
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