DONDE DESPUNTÓ MI JUVENTUD
Mi juventud despuntó en Manizales, una pequeña ciudad a horcajadas sobre la cordillera central, envuelta en preciosos atardeceres que la pintaban de rojo y naranja, en un paisaje dominado por la altiva presencia de cumbres nevadas y la omnipresencia del café. Todo era café, no había nada fuera de él. El grano, su abundancia, la oportunidad de la cosecha y el precio determinaban la vida. Para transitarla era necesario tener un tremendo estado físico. Pareciera que muchas de sus empinadas calles hubiese sido mejor pintarlas con rodillo, como a una pared, antes que pavimentarlas. Manizales ofrecía aceras transformadas en peldaños para transitar por ellas. Inclinadas cuestas que permitían un punto de vista para observar, un poco más de lo aceptado, debajo de las faldas de las jóvenes que habían iniciado antes la pendiente. Los detractores de la ciudad afirmaban que allí todos los carros se volvían morados, forzando sus motores semiahogados, por subir y subir, resbalando en el pavimen