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SE FUNDIÓ EL PROFESOR

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        Cursé la primaria en Manizales, en el Colegio de Nuestra Señora, propiedad de la Curia Diocesana. Una vieja construcción de dos pisos contigua a la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de la cual éramos obligados asistentes con demasiada frecuencia. Los baños eran una simple zanja encementada, con divisiones precarias y servicio de agua solo durante los recreos. La disciplina era estricta: filas para todo y llamada a lista en cada curso. El profesor entonaba: “Londoño Jaramillo, Luis A.”, y yo respondía: “¡Presente!”. Un solo maestro impartía todas las materias. El ambiente cambiaba cada año y, a veces, teníamos desagradables sorpresas: un profesor ocasional, de cuyo nombre no quiero acordarme, nos hacía pasar al tablero y, si cometíamos un error, nos levantaba rudamente del cinturón, borraba con nuestro propio cuerpo lo escrito y nos arrojaba al suelo. En la contraportada de la libreta de calificaciones figuraba, y lo hacían cumplir: Así y todo, c...

EL PATO DONALD ME ARRANCÓ UNA OREJA

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      Era una escuelita ubicada en una vieja construcción del tradicional barrio de Los Agustinos en Manizales. Fue mi jardín infantil. Llegar allí era un premio de montaña por sus empinadas calles. Las clases se dictaban en unos bajos con instalaciones mínimas y pobres. Lo grande allí era el espíritu alegre de Gabrielita y los múltiples recursos de su imaginación. Conservo un amable recuerdo de mi mal llamado “jardín” (no merecía ese nombre, pues en su estrecho patio, casi sin sol, no crecía nada). Todo era muy sencillo. A mí me recogía y llevaba, caminando, una señora que hacía lo mismo con otros niños del vecindario, y luego nos entregaba en nuestras casas. El único incidente molesto fue culpa mía. En un recreo, mientras brincaba sobre los pupitres —que estaban contiguos al ya mencionado y mínimo patio—, al intentar saltar al suelo bruscamente, trastabillé, y lo único que encontré para sostenerme fue la oreja de un compañero, desgarrándosela ligeramente. Vinieron enton...

PEDRO BUCHES

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  Como otros paisas de su tiempo, fue un hombre del camino: un arriero. Lo conocí demasiado viejo; parecía una foto en sepia que respiraba despacio. Barrigón en exceso, diabético, con las piernas hinchadas embutidas en unas enormes y toscas botas negras, y casi ciego. Arropaba su nostalgia con la típica neblina aguadeña, con las nubes que lloraban bajito. Estaba hecho de pasado, recordando, con voz carrasposa y oxidada, su vida de arriero. Me contaba cómo los perseguía el tren con sus nuevos destinos, las carreteras con su agilidad y el cable aéreo, que hacía en diez horas lo que a él le tomaba diez días. Le cercenaron su trabajo. Le acabaron la vida. En su oficio independiente era dueño de sí mismo. Aprovechó el momento de la expansión cafetera y del inicio industrial de la región. Todo se movía en mulas y bueyes. Hizo el aprendizaje completo: empezó muy joven como “sangrero”, encargado de la comida; pasó luego a arriero y a caporal, manejando recuas ajenas, hasta que logró cumpli...

DE RAPIÑAS Y RENACERES

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  Después de la creación del Quindío en 1966, y del doloroso parto del nacimiento de Risaralda dos años después, donde los pereiranos arrancaron del suelo los rieles del ferrocarril que atravesaban su ciudad,     se desmembró el departamento de Caldas, aislando así a Manizales.   Comenzamos a sentir, como en las propagandas de Davivienda, que Manizales estaba en el lugar equivocado. Ya no era un cruce de importantes caminos, era algo diametralmente opuesto a lo que había sido en su fundación. Nos tocó refugiarnos en la cultura, y así nació el Festival Internacional de Teatro. El liderazgo de Ernesto Gutiérrez Arango, Emilio Echeverri, Carlos Ariel Betancur, Hernando Yepes y otros lo impulsó. Nació grande, y los jóvenes de entonces volvimos a soñar de igual manera. Empezamos a saber de Grotowski, Ionesco, Jack Lang y de un teatro que iba mucho más allá de un simple sitio para ver películas. Por el escenario pasaron Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Ernesto Sábato y Mi...

EL PUTAS DE AGUADAS

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  Mi familia materna es de Aguadas, capital de las brumas. La alegría y la música son las respuestas a la constante neblina. Disfruté de los deliciosos “piononos” (típico enrollado de brevas caladas, pasas y arequipe) en todas las fiestas y tuve más de un buen sombrero. Cierto, pero en mi infancia lo que más me gustaba era presumir en mi colegio, en Manizales,     ante quienes me molestaban, de que tuvieran cuidado pues yo era nieto del “Putas de Aguadas”. “Yo soy el Putas de Aguadas, de carriel y de machete, nadie me puede chistar, y al que se pare, lo siento” Oía decir que este putas todo lo podía y a nada le temía. Que le había hecho el amor a la “Patasola”. Se había traído del cielo la receta del famoso pionono aguadeño y además había sobrevivido a una pelea de quince días con el mismísimo diablo. Mis tíos buscaban el empuje del personaje cuando requerían trabajadores para sus fincas y contrataban aguadeños. Cuando estaba de vacaciones en el pueblo miraba atentamente ...

EL DISCURSO MÁS CORTO DEL MUNDO

  Fue pronunciado por el humorista aguadeño Mario Jaramillo Duque, primo de mi madre. Él mismo lo proclamó así, en el radioteatro de La Voz de Antioquia  y lo expresó:   “No tengo palabras” . Ese apunte lo define: agudo, chispeante, dueño de un humor singular. De joven inició estudios de Derecho y Ciencias Políticas en Popayán, pero los abandonó para entregarse al mundo del humor y el entretenimiento. Creo que ese barniz universitario le ayudó a esquivar la chabacanería tan común en su medio. Su vida transcurrió entre Manizales y Medellín. Se presentaba en los mejores teatros del país junto a Campitos y Montecristo. Las malas lenguas decían que desayunaba ,  con  Montecristo, con  un aguardiente en el café más cercano. Mario se casó con una prestante dama de Medellín, pero ella no soportó  el   “ alto voltaje ” de su agitada vida . Se separaron y él, solo al final de su vida, regresó al hogar. Durante un buen tiempo vivió en la casa de mi abuela, ...

ENCIMA DE MI ESCRITORIO PENDE UNA ESCOPETA

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  Afortunadamente, no está apuntándome. Mi escopeta es un lindo recuerdo que me llena de una “nostalgia activa”. Esta nostalgia no tiene nada de lamento: fue mi compañera de cacería y símbolo de seguridad en entornos difíciles. Aún hoy es motivo de orgullo, y me invita a recorrer nuevos espacios acordes con mi edad. Representa mi capacidad de afrontar riesgos, de explorar, algo que sigo sintiendo vigente. Quiero vivir plenamente mi intimidad, mi hogar. Es mi forma de protegerme contra la masificación. Deseo ser yo mismo, conservar mi integridad, leer sin prisas, volver sobre Ortega y Gasset, buscando como él una razón humilde que me ayude a vivir. No pretendo contagiar mis opiniones, sino conservar mi punto de vista, que es indelegable. No debemos medirnos sino con nosotros mismos. Escribir mis crónicas me obliga a tener presentes mis raíces. Es necesario volver al origen para poder orientarse de nuevo. “Original”, etimológicamente, significa el lugar del que uno se levanta. Mi cas...