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UNA CARTA: PUENTE ENTRE DOS VIDAS

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  Hace mucho tiempo —unos 56 años— le escribía a mi novia, en una de tantas cartas, frases enamoradas como: «para acercarnos al día en que la ausencia se canse para siempre de esperarnos». Hoy las releo con emoción. Gracias a Dios, la ausencia se cansó y seguimos juntos. Es difícil expresar la importancia que, en aquellos días, tenía para mí enfrentarme a una hoja de papel, como si fuese un puente entre dos vidas. Ya existía la costosa comunicación telefónica directa entre teléfonos fijos, a menudo precaria y con la posibilidad de ser escuchados por terceros. No me bastaba. Para mi generación, una carta escrita a mano, bien lograda, era algo insuperable. Solía redactar borradores, siempre con tachones. Más allá del simple y machacón noticiero cotidiano, quería plasmar lo verdaderamente significativo. La carta me encarnaba; debía estar bien presentada, con cierta etiqueta. Requería tiempo y reflexión. No era una respuesta inmediata a una pregunta precipitada —como en WhatsApp— y, ad...

EL TIEMPO SE DETUVO

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  Ha pasado mucho tiempo y no lo olvido. Mi compañero de clase Jorge Eduardo bailaba con su novia Yolanda. Estábamos en una fiesta celebrando los quince años de alguna linda manizaleña. Percibí en ellos algo especial, yo tenía algunos rones encima y quise mirar y sentir más que bailar. Los veía profundamente atraídos el uno por el otro. Al bailar eran dos mitades de un mismo compás. Expresaban, danzando, su ternura, su deseo. Con los pies y al son de la música caminaban su amor. Para mi el tiempo se detuvo. Yo, al viajar para estudiar, les perdí el compás. Luego supe que ese amor no pudo ser y me dolió. Recuerdo la frase de Jorge Eduardo expresando que al bailar con ella sentía una pluma de pavo real entre sus manos. Algo muy íntimo mostraban al danzar. Armonía más que deseo. No sé qué pasó, pero al recordarlo en mi avanzada edad siento esa pérdida de consonancia como una paradoja, un infausto imposible. Busco un ron en mi refugio, a mi tiple compañero, y con mi canto me voy más tr...

BERTA SINGERMAN

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  A la casa de mi abuela Jaramillo, donde vivimos muchos años, llegaba con frecuencia una señora María. Tenía a su hijo Germán en el seminario, y ese era siempre su tema y su orgullo. Se me escapan algunos detalles, pero creo que en alguna ocasión llevó al seminarista a nuestra casa, donde el aspirante a sacerdote conoció a mi hermana.   No sé las causas, pero Germán dejó el seminario y comenzó a aparecer con regularidad en nuestra casa. Surgió entre él y mi hermana una relación ingenua, de mutua atracción. Era, en cierto modo, el novio de Berta, aunque ninguno lo confesara. Lo decían las amigas. Era bien recibido, sobre todo porque el joven contaba con afinadas dotes musicales. Mi mamá vivía para la música: tocaba lira, tiple y acordeón, acompañando su bella voz en las viejas canciones. Creo que, a veces, pensaba que las visitas eran más para ella que para mi hermana. Germán tocaba el acordeón y mi mamá vibraba. Berta fue un puente para el difícil tránsito de un aspirante al ...

ME COBRABAN CADA PALABRA

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      Me cobraban cada palabra. Era cruel, pero así era. Telecom exigía pagar de esa manera los telegramas. Con frecuencia debía utilizar ese servicio y aguzar el ingenio para no afectar demasiado mi bolsillo. Era común terminar el texto con un “abracaribes”, y el receptor entendía y agradecía nuestros “abrazos, caricias, besos”. El laconismo se imponía. Se hizo famoso en Manizales un telegrama enviado por algún mayordomo a su patrón:  jodióse venta macho metiole toro culo cacho . Hoy sonrío al leer los antiguos telegramas que enviaba a mi novia, y que aún conservo: Queriéndote más – Recordándote – Bien exámenes queriéndote – Imposible llamada haces falta – Otro recuerdo – Para mi soledad es no tenerte – Otra vez yo. Mil mensajes similares. Cada nota exigía una visita real a Telecom, un paseo forzoso. La técnica disponible no daba para más, pero eso hacía que el texto fuese más pensado y significativo. Tenía que pagar, y alguna vez me desquité sustrayendo formatos va...

PROHIBIR EL TOREO: UNA AMPUTACIÓN VITAL

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      Para entender cabalmente una corrida de toros hay que saber, y haber vivido, muchas cosas. Desde 1740, han tenido una gran importancia en la vida española. Incluso un primer ministro de la época, Campillo, redactaba normas preocupado porque los hombres del pueblo empeñaban hasta su camisa para poder asistir a los toros. Mi mamá compraba las boletas para las corridas a crédito, por el sistema de clubes, y empeñaba su trabajo durante mucho tiempo para poder vivir esa experiencia. Yo colaboraba como acomodador en la plaza de toros, y así podía disfrutar del espectáculo. Por esos días, mucho de Manizales giraba en torno a la tauromaquia. Siempre la arrastramos, era para el momento, nuestro telón de fondo. Ésta impregnaba la vida. Nuestras actitudes y formas de entendernos así lo expresan.  Hace poco, le envié una foto a un viejo amigo manizaleño, tomada en mi lugar favorito de descanso, y le anoté que era “mi querencia”. Él me respondió que veía mi “querencia” como...

A LA SALUD DE SU PIEDAD, MI SARGENTO!

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  El sol brillaba sobre los dientes de oro y la copa de aguardiente del hermano marista, rector de mi colegio, en un jardín donde coincidimos durante una animada reunión familiar. Inolvidable su apodo: el Sargento Boquemina. Era una fiesta para adultos y yo estaba en el lugar equivocado. El rector se sorprendió; no sabía qué decir. Yo, encantado con el incidente, choqué mi copa con la suya y le propuse un brindis por el colegio. Apresurado, se la tomó, me miró sonriente y comenzó a relajarse. Para el siguiente brindis, ahondando en mi sorpresa,  invitó a otro hermano marista, director de mi curso. Era un hombre joven, atlético, gran jugador de baloncesto. La velada la disfruté intensamente, pasando —en tan singular compañía— de la explicación del triángulo de Pascal a la disertación sobre un sistema para engrosar las rentas departamentales. Pero aquellas sorpresas se quedaron cortas poco tiempo después. Mi director de curso, otro piadoso sacerdote ,dejó su comunidad para ...

DESCARBONANDO MI LAND ROVER

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      Yo, como buen manizaleño, no pasé de la mula al avión sino al Land Rover. Estaba muy joven y fácilmente creía en los cuentos sobre su fácil y divertido mantenimiento.  Me hablaron de la carbonilla, acumulación de residuos sólidos de carbono que  se forman principalmente por la combustión incompleta del combustible   que afectan el rendimiento y la vida útil del motor.  La solución montañera y fácil recomendada, la descarbonada, eludiendo el costo de taller, era correr el vehículo a su velocidad máxima por mínimo diez minutos, la alta temperatura del motor debía disolver la carbonilla. Me gustó y procuraba aplicarla, según los cánones pueblerinos, cada 10.000 kilómetros de recorrido. Era un peligro, pero en Manizales era imposible de realizar por las precarias y empinadas vías. Estudiando en Medellín invité a un compañero boyacense a hacer este mantenimiento. Nos citamos a la 11 pm y nos fuimos, aprovechando el bajo tráfico, a la autopis...