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DONDE DESPUNTÓ MI JUVENTUD

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     Mi juventud despuntó en Manizales, una pequeña ciudad a horcajadas sobre la cordillera central, envuelta en preciosos atardeceres que la pintaban de rojo y naranja, en un paisaje dominado por la altiva presencia de cumbres nevadas y la omnipresencia del café. Todo era café, no había nada fuera de él. El grano, su abundancia, la oportunidad de la cosecha y el precio determinaban la vida.  Para transitarla era necesario tener un tremendo estado físico. Pareciera que muchas de sus empinadas calles hubiese sido mejor pintarlas con rodillo, como a una pared, antes que pavimentarlas. Manizales ofrecía aceras transformadas en peldaños para transitar por ellas. Inclinadas cuestas que permitían un punto de vista para observar, un poco más de lo aceptado, debajo de las faldas de las jóvenes que habían iniciado antes la pendiente. Los detractores de la ciudad afirmaban que allí todos los carros se volvían morados, forzando sus motores semiahogados, por subir y subir, resbalando en el pavimen

A MI PAPÁ LO MATARON UNOS PIELROJA

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Era un recién nacido y estaba al lado de mi padre. Ni él ni yo percibíamos la cercanía. Mi edad y su cáncer de garganta terminal nos hacían ausentes el uno del otro. Él arrastraba una fuerte adicción al cigarrillo y fumaba inmisericordemente, y yo acababa de venir al mundo con el telón de fondo de una obra triste y sombría.  Murió en Manizales en 1944. Yo tenía cuatro meses. Cuando nací toda la familia estaba en tensión, inmersa en una nube gris por la gravedad de mi padre y mi presencia los abocó al tremendo contraste entre los extremos de la vida. Casi pasan por alto el tradicional bautismo católico y mi abuela paterna, afanada y prácticamente sola, me llevó a la catedral vecina donde el párroco era su amigo y, a las carreras, me impusieron un pesado nombre: Carlos Augusto Justiniano. Al llegar a la casa mi mamá, entre lágrimas, les reclamó por no haberme puesto el nombre de mi papá que se estaba muriendo. Siempre me llamó Luis como a él, e impuso su criterio. En cierta forma, yo com

BAR MEDIA NOCHE

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                       En mi juventud me pude sentir  cerca de Buenos Aires sin conocerla, como si disfrutara de su ambiente. Situado en Manizales, en la 16 con 16, en pleno barrio de los Agustinos, “El Carangal”, de hondas cañadas y casi intransitable, era donde los padres agustinos habían comprado un barranco en el año 1903. Con gran esfuerzo por la difícil topografía, y la colaboración de los presos municipales obligados a trabajos forzados, construyeron su convento y su templo. A su sombra se construyó el empinado barrio. Por allí pasa la procesión de la Macarena para darle recibo a la feria taurina y los manizaleños con ganas de vivir un ambiente de tango. Alguna vez cruzó esas calles el niño Luis Londoño para asistir al Jardín Infantil de Gabrielita Puerta. Cuando joven me atraía un antiguo bar allí, con una gran penca de sábila,  fijada detrás de la puerta y  apoyada en una herradura con tres enormes clavos . Nos acogían sillones de vaqueta donde se podía acariciar la copa de ag

MONJAS, TIPLE Y WHISKY

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    Iniciando los años 70, gracias a mi relación laboral con Inpescol, una empresa pesquera, viajaba con frecuencia a Guayaquil, Ecuador, donde esta industria estaba más desarrollada y podía aprender, hacer nexos y traer repuestos. Me hospedaba en el Hotel Continental, en la plaza mayor, muy cerca de la Catedral Metropolitana. Acostumbro a ir a misa y una tarde fui a la catedral para asistir a la celebración de las seis de la tarde. La iglesia la adornaba un gran arreglo de flores y en ella podía ver un robusto número de monjas de clausura,  preparándose para la ceremonia de toma de hábitos de una novicia. Llegó el gran momento y fue sorprendente: olor a incienso, sonaba el órgano y presentaron, ante el altar, a la novicia con un hermoso traje blanco como de novia. Una joven rubia, linda, muy alta y con su cabello peinado en dos grandes trenzas. El sacerdote la bendijo, la ungió en la frente con el sagrado crisma y tomando unas tijeras doradas de una bandeja de plata ofrecida por la ma

LLEGARON LOS RUSOS

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       Inpescol , creó una compañía comercializadora de pescados y mariscos. Era Olita. Su dinámico gerente, Octavio Estrada, amplió nuestra visión, nos obligó a mirar hacia el Océano Atlántico.      Vio una oportunidad en dos pesqueros rusos, cada uno con capacidad para congelar 120 toneladas de tesoros del mar. Agenciados a las patadas en Colombia. Traían la pesca, en el puerto poco se vendía y no encontraban bodegas disponibles para transferir el pescado. Así se entorpecía toda la cadena productiva.  La empresa responsable de los barcos era española. Sovhispan, creada en tiempo de la dictadura de Franco para atender a la flota pesquera rusa, y tenía sede en las Islas Canarias. Octavio logró que rompieran con sus anteriores representantes locales e Inpescol comenzó a actuar. Él comprendió donde estaba el nudo gordiano y lo cortó. El pescado que traían era denominado Ronco, lo vendían barato, y apenas cuando podían. Al Ronco tuvimos que darle estatus, empezamos a llamarlo Dorado, dupl

YO ESTUVE EN GORGONA

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              Gorgona es una isla oceánica, montañosa, muy especial, situada en la región más húmeda de América. A pesar de tener solo 26 kilómetros cuadrados la cruzan 25 riachuelos y disfruta de la reserva hídrica natural de la laguna de Cabrera. En sus costas se mezclan aguas frías y calientes, que favorecen una gran diversidad de peces. Un hermoso laboratorio biológico que pude disfrutar.   Trabajaba en Inpescol, una empresa pesquera que operaba tres plantas en nuestra costa pacífica: en Tumaco y El Charco en el departamento de Nariño, y en Guapi en el departamento del Cauca, además utilizaba una bodega general en Buenaventura. Tenía un barco de cabotaje, el Iván, que recorría la costa uniendo a las plantas con Buenaventura. Le prestaba servicios de transporte al Ministerio de Justicia llevando combustible, viandas, vigilantes, y donde en vez de llevar turistas, transportaba  presos a los más peligrosos delincuentes del país.  El equipo de fútbol de Inpescol jugaba, de tarde en vez

VOLANDO SOBRE UN CADÁVER

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         Por varios años trabajé en Inpescol, una empresa pesquera con varias plantas de procesamiento en la costa pacífica colombiana. Un dos de mayo, recibimos en Bogotá la demoledora noticia, de una grave intoxicación de un empleado ,con metanol en nuestra planta productora de harina de pescado en Punta Bazán, en la desembocadura del rio Tapaje en el océano Pacífico, en los límites entre Cauca y Nariño.  Este alcohol industrial era utilizado en el proceso, y para la fiesta del trabajo algunos decidieron hacerle una manipulación química e ingerirlo con zumo de naranja. Allí, en ese sitio remoto, alejado de todo y trabajando en una planta industrial, la diversión era difícil, al igual que tratar de conseguir una costosa botella de aguardiente. Los trabajadores se sentían como los presos de la vecina isla de Gorgona y buscaban escaparse. El metanol expresó toda su toxicidad de verdugo y motivando cegueras. El cadáver del ingeniero de la planta, alguien muy especial para nosotros, exigí