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Mostrando las entradas de junio, 2024

HASTA EL ORO DERRITIÉNDOSE

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    Corría el año 1990 y estaba la familia Londoño reunida en La Dorada para celebrar los cincuenta años de casados de mis tíos Jesús y Mercy. Sufríamos una tremenda ola de calor, habíamos alistado una obra de teatro y yo pensaba que era difícil actuar en el bochorno. Hasta el oro de las bodas se estaba derritiendo. La habíamos preparado por largo tiempo en amenas reuniones en el apartamento de la tía Laura.  Un excelente anticipo, con mucha participación. El tema central fue una obra colectiva describiendo la vida matrimonial de los Willamson Londoño. Eran un delicioso caos, todos queríamos aportar y por fin pudo consolidarse. La obra la titulamos: “Los cincuenta años” y decíamos que era un auto sacramental de seis actos similar a los de Calderón de la Barca y hasta le pedimos “autorización eclesiástica” a Octavio Peláez, el primo cura. En La Dorada ya la teníamos montada cuando comenzamos a gozar la celebración. Al final pensé, que, como en el boxeo, fueron mejores las peleas prelimi

NACE “MACHAQUITO”

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  Lleno de recovecos, en el Sonsón de 1960, el viejo hospital tenía tantas camas como sorpresas. A la parturienta le recomendaron caminar para acelerar el parto. Mi hermana cumplía esta orden y, y de regreso a su habitación, abrió la puerta del cuarto contiguo para que se le aceleraran las contracciones, adentro un espacio gris lleno de ataúdes. El parto natural, a pesar del tremendo susto, se demoraba en exceso. Su marido y yo, el aspirante a tío, presionábamos al médico por alguna droga que lo acelerara y él se negaba porque juzgaba que la dificultad era que a mi muy joven hermana le daba miedo pujar. Eso era cierto porque las viejas del pueblo le habían dicho y repetido que a una señora del lugar se le había reventado un ojo por hacerlo. A pesar de los temores y de la ausencia de droga, llegó la primera nieta y la abuela materna la bautizó, inmediatamente, como “Machaquito” por su nariz roja, muy llamativa en su cuerpo diminuto. Era tan pequeña que todo el precioso ajuar tejido por

A CUBA POR EL CAMINO DE HERRADURA

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    El camino largo y Cuba la hacienda de Don Pablo Estrada y Doña Sofía Duque, ambos nativos de Aguadas. Mi mamá era de allí y los nexos aguadeños enriquecieron mí vida. Gente amable, culta, alegre, de gran sentido musical. Para mí el mítico Putas de Aguadas no podía ser un personaje pendenciero que les ganara a todos a machetazos sino a golpes de ingenio, buenas coplas y algo de aguardiente. Fuimos familias amigas que nos veíamos con frecuencia. En el año 1956 nos invitaron a su finca Cuba. Las vacaciones eran largas, el sitio apartado. Exigía llevar muchas provisiones. Era necesario protegerlas para el viaje “trifásico”, en carro, tren y mulas, y para ello usaban fuertes cajones, de grandes herrajes, utilizados para importar huinches, herramientas agrícolas para desmalezar, de marca Remington desde los Estados Unidos. Eran de maderas livianas y fuertes y de el tamaño preciso para cargarlos en las mulas. Todos llevaban, marcado al fuego, el nombre de la famosa armería.  Así el viaje

RIO ABAJO

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  En mi bachillerato los jesuitas buscaban que aprendiéramos viajando y cada año programaban excursiones para lograrlo. Yo participaba feliz y en una de ellas partimos para Barranquilla navegando por el Rio Magdalena. Tomamos un buque en el puerto de La Dorada para una navegación de cuatro días. Era un barco de paletas que impulsaban motores de vapor que se producía al quemar leña en sus calderas, igual a los que habíamos visto en las películas del oeste americano. Una real aventura. Subimos, emocionados, al mítico barco de dos cubiertas, primera y segunda clase, similares a los “altos” y” bajos” de Manizales, con servicios y usuarios diferentes. La tercera clase viajaba sobre una enorme barcaza metálica que empujaba el barco con su proa, junto a arrumes de carga cubierta por lonas de colores. Iban muchas personas, familias completas que se arriesgaban al viaje, con hamacas, ponchos y carpas, varas de pescar, algunos alimentos y una precaria hornilla para calentarlos. Cubrían de mil co

ESTOY VIEJO

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    Y estoy feliz.  Hasta mis limitaciones me dan amables sorpresas. Oigo mal y mis hijos me equiparon con un excelente par de audífonos que puedo controlar desde mi celular y que transmiten directamente a mi oído profundo y a mis neuronas las llamadas a mi teléfono y la música que escojo. Increíble experiencia. Bastante egoísta, pero perfecta. El ron ha acompañado muchos momentos de mi vida sin dominarme. Ahora, solo con dos tragos, como en éxtasis, me arrebata la música. Agustín Lara, el polaco Goyeneche, Jorge Cafrune, Rocío Durcal, José Alfredo Jiménez, Garzón y Collazos, Diomedes Díaz, y muchos otros cantan para mí y me estremecen profundamente. Es algo especial que algunos comprenderán bien, pero otros han pecado de prudentes. No siempre ocurre así, pero me alegran cuando me ceden un asiento, cuando me ponen de primero en la fila para almorzar, cuando sonríen con mis anticuados comentarios o mis chistes repetidos, cuando se afanan y no se ríen de mis tropiezos al andar, respetan