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Mostrando las entradas de junio, 2025

LA CASA DE MI ABUELA

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Al morir mi papá, contando yo con cuatro meses de edad, mi mamá se fue a vivir con sus dos hijos a la casa de mi abuela materna, María Gutiérrez Mejía, en Manizales. Vivían con ella sus hijos Arturo y Luisa, y pronto llegaría mi tía Leonor al quedar viuda y sin hijos. Siempre había numerosos "arrimados" como nosotros: hijos y parentela con problemas económicos, con dificultades, primos estudiantes, muchas visitas de Aguadas la tierra de origen, todos bien recibidos gracias a una política de puertas abiertas, a pesar de la estrechez económica.    La casa, entre austera y pobre, era grande, vieja, con dos patios, solar, un largo zaguán de entrada con cuadro del Sagrado Corazón y sus veladoras al fondo y un gran subterráneo. Todo muy tradicional, semirural.   En el sótano de poca luz y lleno de viejos e inútiles cachivaches, había un cuarto muy especial de uso privado de mi tío Arturo, para sus desafortunados desahogos pictóricos: por años pretendió aprender a pintar, sin lo...

EN LA JORGE ROBLEDO

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  Arturo Jaramillo rodeado de sus alumnos. ¡Busquen a Luisito!   Hice mi primer año de primaria en Manizales, en la escuela pública Jorge Robledo, donde trabajaba mi tío Arturo como maestro. A veces pienso que él era el rector. Me impusieron la asistencia obligada a dicha escuela, como remedio a mis desplantes altaneros con los primos aguadeños a quienes sentía demasiado campesinos. Además, por ser gratuita, ayudaba al presupuesto familiar.  Fue una vibrante y pintoresca experiencia. Era una escuela mediana, de muchos alumnos, donde el calzado era poco frecuente. Casi todos iban a "pie limpio". Hacíamos largas filas diarias para entrar ordenadamente bajo la mirada fiscalizadora de los profesores exigiendo aseo. No importaban los remiendos, ni lo usado del traje, pero si la pulcritud. Quien no aprobaba el examen era puesto delante de todos los alumnos y bañado públicamente con manguera. Suena bárbaro, pero era eficiente. Luego del primer día, el baño público fue prácticame...

ESCUELA DE GABRIELITA PUERTA

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      La Escuela de Gabrielita Puerta, situada en una vieja construcción del tradicional barrio de los Agustinos en Manizales, fue mi jardín infantil. Las clases eran en unos “bajos” con instalaciones mínimas y pobres.     Una construcción en un primer piso, semienterrada, para aprovechar el desnivel de las calles. Lo grande allí era el espíritu alegre de Gabrielita y los múltiples recursos de su imaginación para mantenernos felices.      A mí me recogía y llevaba una señora que hacía lo mismo con otros niños vecinos y luego nos entregaba en nuestras casas. Todo era muy simple. Lo difícil era el recorrido hacia allí, por las calles increíblemente pendientes de los Agustinos.   Conservo un amable recuerdo de mi mal llamado “jardín”. No merecía este nombre porque en su estrecho patio, casi sin sol, no crecía nada.   Pocos recuerdos precisos, pero con una remembranza de alegría. De la sonrisa de mi profesora. De los trabajos nimios, hechos ...

UNA ELEGÍA EN SUIZA

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    Hace muchos años mi hija Alicia María se radicó en Suiza, lo que me dió la oportunidad de conocer ese país más allá de su encanto turístico. Muchas cosas sacudieron mi mente tropical.  Casi todo se planea en función de los muy estrictos itinerarios del tren, lo que estructura la vida y produce orden. Una espectacular mujer chocoana, que ayuda a mi hija en el oficio doméstico, llega exactamente a las 9:18 a.m. y sale a las 12:16 p.m., corriendo a tomar su tren de una estación inmediata. Cobra por tres horas que cumple fielmente —o la deja el tren— y en ese tiempo realiza lo que en Colombia tardaría ocho horas. Su paga son 30 francos suizos por hora. Francos más valiosos que el dólar estadounidense. Es una verdadera y muy costosa bendición semanal. Es difícil conseguir servicio doméstico, por lo que se exige a todos cuidado en el aseo y en las labores del hogar. Los niños ayudan con gusto, miran a su empleada con respeto y aprecian su labor. Al entrar a una casa primero...

CONSTRUYENDO A MI PAPA

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    Perdí a mi papá cuando tenía apenas cuatro meses de edad. Murió a causa de un cáncer de garganta. Con el tiempo, empecé a notar que otros niños hablaban de sus papás, los querían, los tenían presentes. Yo, en cambio, encontraba un vacío. Sentía la necesidad de llenarlo, de construir al menos una imagen. Me aferraba a los rasgos de mis tíos que me agradaban. Con esos fragmentos, y con los recuerdos que mi mamá compartía, fui haciendo ensambles. Las fotos no me gustaban: la mayoría mostraban sus últimos años, marcados por los signos de la enfermedad. Finalmente, conseguí una imagen de él cuando era joven, lleno de vida. A esa foto me he aferrado desde entonces. Mi gusto por el tango nació, curiosamente, de una frase sencilla de mi mamá, “eso le gustaba mucho a tu papá”,cuando el radio transmitía el tango  Isla de Capri . Así, ya tenía una foto y una canción. Por casualidad supe que leía atentamente el libro  El deber , de Samuel Smiles, y logré conseguir un ejempla...